Rufino de Paterna, el único cantaor vivo de la terna fundamental e irrepetible del flamenco en este pueblo de La Janda, con Antonio Pérez Jiménez El Perro de Paterna y Francisco Guerrero el Niño de la Cava, dice que “las cosas caducan”, al referirse a su voz, y lamenta que “ahora es distinta a cuando era joven”. Pero sigue en plena forma a sus casi 82 años. El rasgueo de la guitarra acciona un motor en su interior. Aclara la garganta con un trago de una infusión de manzanilla y desmiente cuanto ha dicho hasta el momento con un sonido dulce, fino, 'sentío'.
“El tiempo va pasando y uno está mayor”, insiste, aunque admite finalmente, humildísimo, que sí, que “para hacer cuatro cositas sigo preparado”. Y tanto. De hecho, a estas alturas del año tenía previsto grabar un nuevo disco, el número quince de su larga, fecunda y próspera carrera profesional. La muerte de María, su mujer, en enero, fue un mazazo y tuvo que dejar el cante para más adelante. “Tenía una pena muy grande”, explica.
La pandemia ha alterado definitivamente los planes. El Ayuntamiento ha suspendido la final del concurso nacional de peteneras, que tendría que haberse celebrado el próximo fin de semana y en el que, con la presencia de Felipe Campuzano, se le iba a rendir homenaje. Le ha fastidiado porque le tiene un cariño especial al concurso, que ganó en 1973, en su segunda edición, y auténtica pasión por Paterna, que lleva en su nombre artístico y a la que agradece tanto cariño en vida: hijo predilecto, tiene calle en el pueblo y un busto.
“Pero yo pienso todavía despedirme con una grabación”, advierte, desafiando a cualquier nueva adversidad, porque Rufino tiene un compromiso con el flamenco inquebrantable. Lo lleva en la masa de la sangre, aunque su padre apenas cantiñeaba algo. “A los siete años, me tuve que ir a guardar cochinos y cabras. Y mira si me gustaba el cante, que clavaba mi chivatito como si fuera un micrófono y le cantaba unos fandangos o una malagueña a los animales”, rememora. Antes, su público eran los compañeros de escuela. “Se volvían locos cuando me sacaban para cantar”.
Como loco se volvió el jurado popular del Gran Teatro Falla, en Cádiz, cuando, a los 20 años, cantó unas saetas en el concurso que le llevó a contactar con Antonio Murciano, responsable de RCA, y Julio Mariscal. “¿Te gustaría grabar un disco?”, le preguntaron al término de una fiesta que montaron en su bar poco después, con el Perro de Paterna y dos o tres cantaores de Arcos. No lo dudó.
A partir de entonces, Rufino inició una carrera que le llevó por toda la provincia, Andalucía y España. Con El Perro de Paterna, casi siempre, y El Niño de la Cava, en ocasiones, hizo kilómetros y conoció las mieles del éxito. “María renegaba del flamenco porque no le gustaba que llegara a las dos o las tres de la mañana o que estuviera fuera de casa dos o tres días”, recuerda. Pero el cante era esencial para Rufino, que entregaba su vida al arte, su mujer y el bar. “A las cinco de la mañana, los hombres que iban a salir en autobús para trabajar en el dique tomaban un café y yo lo servía, recién llegado de actuar”. Al otro lado de la barra ha recibido también a lo más granado del panorama musical. “Se plantaban en el bar y me decían Rufino, vamos a comernos unos conejitos, y María preparaba la cocina y mientras yo cantaba algo”, relata.
Aun llegaría el éxito de la misa flamenca de Serafín Galán, emulando a la de Naranjito de Triana con Antonio de Marinea y Luis Caballero. Cincuenta años después, Rufino asegura que fue lo más importante de su carrera, interpretada con El Perro y El Niño de la Cava. Aunque tiene grabado otros muchos momentos, como cada una de las saetas que ha cantado a la Virgen de la Soledad, y algunos otros trabajos de los que se siente especialmente orgulloso, como la antología de los cantes del campo, que grabó con una productora austriaca y el concurso de Alfred Pahola Blazejowsky, Perer René Pérez y su amigo Manuel Rosado, o ‘Cómo canta mi abuelo’, de factura reciente.
Gran aficionado a la música, con una colección de discos gracias a la que ha podido “pellizcar de todos los palos” y en la que no falta ninguno de los grandes, desde Antonio Marchana a Pepe Pinto y Vallejo, Camarón o Valderrama, echa de menos figuras como esas. “Hoy no se encuentran, hoy se estila más la juerga, las palmas, un flamenco muy tapado, antes bastaba una guitarra sola”. Ahora, también le basta. Canta acompañado del jovencísimo Didier Macho y de la virtuosa Carmen Noble a las palmas y al baile. Sin embargo, dedica tiempo y esfuerzo en apoyar nuevos talentos como María Carrasco o Marta Sevillano, el Niño de la Escalerilla o su sobrino, el Caracolillo, a los que siempre les enseña una primera y la más importante lección: “El cante es una responsabilidad muy grande”.