Tres años atrás, la editorial Lastura daba a la luz “Manual de nocturnos”, un volumen que recogía los dos poemarios editados hasta entonces por Rafael Morales Barba (1958), “Canciones de deriva” (2006) y “Climas” (2013). En ambos, era palpable la exploración sistemática a la que el sujeto sometía su intención y cómo su anhelo derivaba en una fiel ortodoxia, determinantedel carácter indisciplinado de su discurso. El conjunto era una obra breve e intensa, insurrecta ysubjetiva,constituida desde una jerarquía de efervescente connotaciones, de introspectiva expresividad.
La reciente publicación de “Aquitania” (Ediciones de La Discreta) acerca la renovada voz del poeta madrileño en un libro donde la palabra se reformula desde una semántica inquietante, simbólica. Mediante un verso desligado de ataduras, cada significante se resuelve en una suerte de pensamiento hilvanado por un yo desafiante y vívido: “Absorto y destejido en tu nombre aún reciente/ y la noche donde esconde el mosto, los besos/ o el fosfeno de cuarzo, hay luces/rutas nocturnas, sombríos párpados (…) Horasexpuestas,/ recuerdos, desteñidos, afiches,/ en la dura pendiente del arrabal al puerto”.
En la propia yuxtaposición que mide los extremos del desconsuelo y la dicha, Rafael Morales Barba detiene su verbo y lo ciñe a una expresión despojada de todo artificio. Sabedor de que el diálogo con el receptor debe establecerse a través de una dicción directa, fluida en su correspondencia con lo ininterrumpido, apuesta por enlazar los reflejos de sus propios pronombres, por aunar la esencia de su fiel condición. Y así, desde el lado empírico y más humano de su tránsito, reescribe la acordanza que redima sus desvelos: “Contigo,/ por la orilla del tiempo y el paisaje tardío./ Cae la tarde embriagada y sin canto en los árboles/ borrando las voces. Tañen/ las penúltimas nubes/ silenciosas/ lo inmenso”.
En estos treinta y ocho poemas, se adivina un amplio universo de referentes, consecuencia de la sabiduría de quien reúne las facetas de lector, crítico y docente universitario. Porque los paisajes que envuelven estos versos surgen desde una muy recomendable dualidad, conocimiento y equilibrio, tan necesaria, a su vez, para quien pretende sustantivar su discurso de una precisa racionalidad. El poeta se deja ganar por la ventura de un mensaje perdurable, desde el cual no pretende exaltar ni envilecer lo acontecido, sino tan sólo consumar su aspiración.
Anota J. Ignacio Díez en su prefacio que estos textos “se detienen en lo frágil o en lo leve, en elementos originales, sin buscar un sentido más allá de una percepción”. Y, en efecto, prendido a tal intención, Rafael Morales Barba dirige su mirada hacia espacios renombrados, hacia territorios fragmentarios: “Con sus tropos cifrados/ cielos altos/ y nubes muy ligeras,/ mórbidos musgos y vientos pasajeros,/ olas/ blandas sobre el lago estival (muy transparentes),/ marchan”.
En suma, “Aquitania” signa todo aquello que puede llegar a ser solidario y, sin embargo, reaparece recubierto de ausencias, de disculpas, de sombras que no guardan ya la luz primigenia. Y, a su vez, confirma el personalísimo decir de un autor que entreabre sus silencios y pespuntea sus enigmas vitales frente a las lunas de su ayer, frente a las sílabas de su mañana.