Los nervios de la primera vez, el olor a pintura, el temple de la experiencia y el peso de cinco siglos de historia alimentan el Cascamorras, una tradición declarada de Interés Turístico Internacional que busca el reconocimiento de la Unesco como Patrimonio de la Humanidad.
El redoble de tambor y el bullicio de los cascamorreros marcan el camino hasta la cueva desde la que, un 9 de septiembre más, Guadix escribe una nueva derrota de su Cascamorras que sabe como siempre a victoria.
El Cascamorras, Fiesta de Interés Turístico Internacional, nació hace más de cinco siglo cuando Juan Pedernal, un vecino de Guadix, encontró en Baza la imagen de la Virgen de la Piedad, patrona de los bastetanos, y se la quiso llevar a su pueblo.
Ante el desacuerdo de unos y otros, la justicia de entonces marcó que una vez al año Guadix enviaría a un representante a Baza que, si llegaba limpio hasta la iglesia de La Merced, se llevaría la imagen.
Y desde entonces, septiembre tras septiembre, con los dos años en blanco como condena de la pandemia, Guadix pierde su oportunidad en una carrera de colores que tuvo el 6 de septiembre su primera jugada en Baza.
Tras la derrota en Baza, el encargado este año de encarnar a Juan Pedernal, David Marcos Ramírez, ha vuelto a casa para celebrar que este año tampoco pudo ser con miles de personas, una afición que abandera el objetivo de que el Cascamorras sea declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco.
El arranque de la carrera, desde el cobijo de una cueva tan accitana como la fiesta, marca también ese latir al unísono de los miles de participantes del Cascamorras, una fiesta de la que ya escribió Cervantes en la segunda parte de El Quijote y que quiere sumar más capítulos históricos.
Según han informado a EFE fuentes del Grea, el dispositivo especial que ha garantizado la seguridad de participantes y público, más de 11.000 personas han sostenido el sueño de esta fiesta que quiere ser patrimonio de todos.
Un calor impropio de los septiembres accitanos y la omnipresente imagen de la Catedral de fondo han dibujado la segunda parte de esta tradición que comparten Guadix y Baza y que, un año más, ha tenido el empuje de miles de personas.
Porra en mano y con el acompañamiento fiel del tambor y la bandera, el Cascamorras de este año ha ofrecido una carrera teñida de azulete y ocre, de juras de bandera, de dedicatorias a las nuevas generaciones que harán esta fiesta eterna y de los que ya no están, un alarde de tradición hecha patrimonio.
Como el que no quiere que la carrera acabe nunca, Marcos Ramírez se ha aferrado a su papel de Cascamorras y se ha recreado con los suyos, ha dado juego y algún que otro porrazo y hasta se ha encaramado al balcón del obispado para corear junto al obispo de Guadix, Francisco Jesús Orozco, eso de que "esto sí que es un Cascamorras":
Lenta, con más de dos horas de fiesta que han parecido más un paseo en familia que una carrera, el Cascamorras ha celebrado su derrota como una victoria, esa que brinda un nuevo septiembre de emociones, pintura y bullicio y una edición más de esta fiesta que cada año gana más tintes de Patrimonio de la Humanidad.
Granada
Guadix vive un Cascamorras con pinta de patrimonio de la humanidad
Los nervios de la primera vez, el olor a pintura, el temple de la experiencia y el peso de cinco siglos de historia alimentan el Cascamorras
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