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El Sacromonte, un refugio para el compás del cante jondo

Granada mantiene el compás flamenco y se aferra a la raíz para proteger el cante jondo, la esencia de seguirillas y alegrías

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Turistas observan una de las actuaciones flamencas.

Turistas observan una de las actuaciones flamencas.

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Granada mantiene el compás flamenco y se aferra a la raíz para proteger el cante jondo, la esencia de seguirillas y alegrías que hace una década se convirtieron en Patrimonio Inmaterial de la Humanidad y que quedan blindados en tablaos del Sacromonte que atraen cada noche a unas 2.000 personas.

El Sacromonte de Granada custodia ese flamenco en blanco y negro que se prohibió por pagano en el siglo XVI, ese compás puro que enamoró a los viajeros románticos que se acercaban a ver la Alhambra en el siglo XIX y que hace una década se convirtió en Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.



"Un rumbeo lo puede hacer cualquiera con más o menos gracia, esto es otra cosa". Enrique Carmona habla desde la zambra María la Canastera de esa "otra cosa", el flamenco puro que se ha legado de generación en generación y que se mima en cada casa, en cada saga, pese a compartirse con el mundo entero.

"Tenemos que mantener las señas de identidad de nuestro flamenco, su pureza, la tradición, porque es lo que nos hace únicos y a la vez universales", ha explicado a EFE Carmona, que mantiene su zambra como las de antes, libre de tecnología, de mesas de audio y de luces de colores, como una forma de honrar al flamenco de antaño.

Ese mismo flamenco de siempre se exhibe cada noche en la Venta del Gallo, otra reserva de la técnica y los compases que suma ahora a jóvenes "formados, profesionales".

"Antes ser flamenco era ponerte el traje y luchar, ahora estudian, los jóvenes están muy preparados pero sin perder la esencia", ha explicado Toñi Heredia desde una Venta del Gallo en la que se transmite el arte jondo de generación en generación, "porque aquí enseñamos a bailar y a cantar a nuestros hijos".

"Eso va dentro de ti, cuando naces en la raíz del flamenco como nuestro Sacromonte, y sabes lo que es una seguirilla o unas alegrías, no dejas que te metan otras cosas en la cabeza", ha añadido Heredia.

El flamenco, Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco, ese arte que llevaron hasta la Alhambra Manuel de Falla y Federico García Lorca con el Concurso del Cante Jondo de 1922, atrae cada noche a unas 2.000 personas a la quincena de tablaos de Granada, esos que no se venden ante el "flamenquito nuevo".

"Tememos que el cante jondo se vaya a perder porque se le llama flamenco a lo que no es. Ese flamenquito nuevo no es flamenco ni flamenco fusión, será otra cosa. Fusión es lo que hacía Ketama, que entendía de compás", ha subrayado Heredia.

"Me parece una falta de respeto que se le llame flamenco a ciertas cosas", ha añadido Carmona, que ha recordado que este arte es "de los más ricos y con más verdad".

"Antiguamente, el que no bailaba cantaba o tocaba el cajón porque era la forma de ganarse la vida. Este arte se hereda, se ve y se aprende en casa, pero ya no es como antes. Toca hacer también esa labor en las escuelas", ha propuesto Carmona, que reclama más apoyo institucional a un arte que es además motor económico y turístico.

El Sacromonte retoma cada noche la esencia de sus zambras, ese espectáculo diseñado como sinónimo de arte y jolgorio que dibuja en sus cuevas esa escena de bailaores removiendo arte ante un público sentado en sillas de anea, en hileras.

"El flamenco es único. En cualquier sitio se puede cantar jazz, pop o rock, pero esto es nuestro y cuando seamos capaces de llevar nuestro arte por bandera, con su compás y su pureza, se nos abrirán todas las puertas del mundo", ha resumido Heredia que, con Curro Albaicín, reclama más apoyo institucional.

El auge y el respeto al flamenco han quedado retratados con los premios Princesa de Asturias de las Artes que han reconocido el arte de la bailaora María Pagés (Sevilla, 1963) y la cantaora Carmen Linares (Jaén, 1951), pero también en la respuesta del público a los espectáculos culturales.

Heredia y Carmona lo ven claro: la mejor forma de hacer un requiebro al "flamenquito" para mantener la esencia del cante jondo es llevar a las escuelas el compás, enseñar como se enseñan otras representaciones culturales, "porque pocas cosas hay más españolas que nuestro flamenco". 

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