Han transcurrido siete años del debut en la dirección de Daniel Guzmán, quien mucho antes de hacerse popular como actor de televisión había logrado el Goya al mejor corto por Sueños. Su ópera prima, A cambio de nada, con la que también logró el Goya a la mejor dirección novel, fue una notable tarjeta de presentación, pero sobre todo reflejaba la valentía de quien había decidido abandonar el goloso ejercicio televisivo para hacer lo que en realidad quiería hacer: dirigir películas y contar buenas historias.
Ahora le toca pasar la prueba de su segunda película, que viene a ser como un examen de reválida al que debe enfrentarse todo creador, sea músico, escritor o coreógrafo, que haya sabido diferenciarse de los demás con su primer trabajo. Lo curioso es que, lejos de profundizar en la escritura y la temática de su primer trabajo, es decir, de consolidar un estilo y una seña de identidad, ha optado por levantar una comedia inclasificable, incapaz de definirse a sí misma a causa de sus continuos devaneos argumentales y de género, pero que constituye un atrevido entretenimiento sostenido en la autenticidad de varios de sus personajes, que lo son por pura naturaleza, puesto que no son profesionales y, de hecho, se prestan a mostrarse tal como son y en su propio ámbito doméstico.
En este sentido, Guzmán no solo redobla la apuesta cinematográfica, sino que sale airoso, convencido del encaje de la idiosincrasia de cada uno de ellos en una historia que bordea constantemente el retrato de esa España a medio camino entre el costumbrismo del medio pelo y la cultura del pelotazo.
El protagonista de la historia es Joaquín (Joaquín Guzmán), que vive a golpe de sablazos y timos a incautos tras la apariencia de una sólida trayectoria empresarial, y al que el reencuentro con sus dos amigos de infancia y juventud, que se dedican a lo mismo pero con menos estilo, terminará por complicarle aún más la existencia, obsesionados con el gran golpe que les ayude a retirarse definitivamente. Y Guzmán lo cuenta como a bordo de una montaña rusa, pero sin terminar por decidirse si lo suyo es una comedia negra, amable, familiar, realista, descabellada o con suspense. Todo eso lo tiene, y lo mismo te hace reír a carcajadas que te incomoda, originando pequeños desconciertos que merman la solidez del conjunto a partir de la pugna innecesaria entre lo inverosímil y lo auténtico.