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La vida humilde y callada de un hombre de Dios

Aunque consiguieron acercarlo a la orilla todavía con pulso, falleció exhausto, rodeado de sus niños.

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Pedro Manuel Salado de Alba nació el 1 de enero de 1968 en la calle Francisco Ignacio, de Chiclana de la Frontera (Cádiz), en el seno de una familia humilde. Tercero de seis hermanos, comenzó su aprendizaje escolar en el colegio de El Castillo, para más tarde realizar el bachillerato en el IES Poeta García Gutiérrez.

Desde muy joven, Pedro Manuel Salado sintió la llamada espiritual que culmina en 1988, a los 20 años, con el comienzo del noviciado en el Hogar de Nazaret de Córdoba, situado en la calle Menéndez Pelayo, donde pronunció los primeros votos el 15 de agosto de 1990.

En 1999, es destinado a Ecuador, al Hogar Escuela-Colegio Sagrada Familia, que la institución tiene en la ciudad de Quinindé, para reforzar el trabajo que estaban realizando los hermanos.
Al llegar a su nuevo destino encontró a un gran número de niños y mucha actividad fuera del Hogar: escuela, catequesis, formación de catequistas y profesores…  Pero esto no impidió que dedicara el tiempo necesario a cada cosa: tenía bien claro que la vida interior se alimentaba de la meditación y la oración.

En el año 2001, asumió la dirección de la Escuela Santa María de Nazaret. Acto seguido, el obispo de Esmeraldas, provincia a la que pertenece Quinindé, Monseñor Eugenio Arellano, lo nombró delegado suyo, por ser el centro de carácter fiscomisional, lo que en España equivale a los colegios concertados.

Después de siete años al frente del la escuela, en 2008, pidió el relevo, petición que le fue concedida, sin dejar por ello la docencia. Su vida eran los niños, pero sobre todo los que estaban acogidos en el Hogar.

Además de esta labor para con los demás, durante el tiempo que permaneció en Ecuador realizó estudios universitarios. Se licenció en Magisterio y Ciencias Humanas. En el momento de su fallecimiento se encontraba cursando los estudios de Filología Inglesa y también era el delegado de Pastoral de su ciudad.

El 5 de febrero de 2012, domingo, la comunidad misionera había ido con los niños y niñas que tiene acogidos a una playa cercana a la misión. El hermano Pedro, junto con otro miembro de la orden, la hermana Juani, los acompañaron para que pudiesen bañarse en las playas de Atacames.
Cuando los niños se encontraban jugando en el agua tranquila, cerca de la orilla,  un repentino remolino se llevó a siete de ellos hacia dentro. El hermano Pedro Manuel, a pesar del respeto que solía tener al mar, no dudó en lanzarse al agua diciendo “tengo que salvar a mis niños” y los fue sacando uno por uno.

Fue una lucha difícil, ya que el mar se había embravecido, arrastrando a los niños hacia dentro. Los dos últimos en ser recatados fueron Selena y Alberto. Según el recuerdo de la Hermana Juani, “estaban ya muy lejos, apenas se distinguían sus cabecitas desde la orilla”.

Selena, una de las niñas, cuenta el esfuerzo de Pedro Manuel para ayudarlos. “Aunque yo no sabía nadar muy bien, estaba tranquila, pues sabía que él nos iba a salvar. Pero cuando llegó hasta nosotros vimos que estaba muy cansado. Nosotros le animábamos pero, cuando ya nos tenía cogidos, una ola nos volvió a separar”.

Una persona que tenía una tabla de surf se la intentó acercar. Lo último que pudo hacer por los niños fue impulsarlos y montarlos en ella. El surfista los saco a la orilla y volvió a por el hermano, que ya tenía los pulmones encharcados.

Aunque consiguieron acercarlo a la orilla todavía con pulso, falleció exhausto, rodeado de sus niños.

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