Las colas para la vacuna no son nada apretadas, ni largas. Sí lo son la de los ambulatorios para recoger recetas o las de las farmacias a hora punta de jubilados. También las de la pescadería de Antonio Vargas en pleno Cerro del Moro. No sé qué será de nosotros cuando esos jubilados que son nuestros padres ya descansen de sus cuitas. Quizás el tiempo nos ponga en su lugar a los del baby boom y cojamos sitio cerca del precipicio.
Es inquietante, como la vacuna dentro de tu cuerpo rondando la febrícula y doliéndote la cabeza como si los sueños fueran a escapar de su trampa ósea. Envidio a los delgados hartos de comer, a los que no sueñan ni tienen pesadillas, a los simples en su inocuidad y a los inocentes en su baño de lágrimas ignorado. Los que nos retorcemos como vides maduras es lo que tenemos…problemas por cuatro piernas y múltiples costados. Pero no me quejo, ¿para qué? Sería como cambiar de cadena para no ver las paparruchadas de algunos y luego que te las despachen con embudo a través de comentarios en otras redes sociales. No hay forma de aislarte del mundo, ni de huir de la desgracia compartida, porque los idiotas tienen las piernas muy cortas y la lengua muy larga. Lo mejor…el tiempo, que pone a cada cual en su lugar y a todos con tierra tapando las ganas y las ambiciones.
Supongo que por eso me cuesta respirar. Es imposible encontrar un sentido a todo esto y seguir remando con el viento en contra, la marea baja y la ribera llena de basura y troncos podridos. Supongo que por eso están ustedes, no para que yo les diga, sino para que me nutran y me den vida, gracias al aire limpio para mis pulmones que regalan y la lluvia fresca que dispensan a cada parrafada. Es lo que tiene la amistad, el sentir en igualdad de razones, la comprensión más allá de las palabras o los gestos que nos han ligado en todos estos años en que llevamos haciendo esto que no sé muy bien cómo encuadrarlo. De todo ello, lo que sí se me ha quedado muy claro es que ustedes han puesto muchísimo más que yo, porque nací con ganas desertoras y a la mínima salgo huyendo. Pero es que miren bien quién publica, y cómo; Miren bien sus caras esperanzadas y díganme si quieren verme en esas lides , de pelearme con dios y el diablo cuando yo aquí estoy tan bien, debatiendo con ustedes que me dicen “sí” a todo, porque me son tan fieles como yo se lo era a él.
Si miran a su alrededor solo verán Rocíos Carrascos y Antonios David en sus vecinos, en los socorridos cuñados, en los suegros y -por desgracia- muchas veces en los hermanos y padres. Nadie es perfecto. Nosotros tampoco, pero por lo menos lo intentamos. Nos recluimos en nuestra concha y solo queremos que nos dejen tranquilos, porque no tenemos el cuerpo para bachata, sino para días en el estanque dorado con peces que jamás pescaremos. La vacuna no nos ha hecho inmortales, sino aún más frágiles porque hemos sido conscientes de que esta especie, con su tan cacareada humanidad, no es sino eslabón perdido de un futuro posible con variabilidades mortíferas para algún matemático desquiciado.
Las colas para la vacuna que tanto deseábamos son esmirriadas y con trasiego de blanquecinas testuces, muertas de miedo por si algo les mata, sin querer entender que la Muerte no descansa, ni guarda fila, ni engorda, ni es flaca. Cuando los ochenteros del hoy sean las fotos empolvadas del mañana, nuestro cuerpo de bachata no conocerá más que dolores artríticos y otras penas, combinados con el rugido de la descendencia y los mares de dudas que nos acompañarán siempre. No veo confort en ese mañana porque me pesa, aún más que el hoy. Prefiero este chachareo con ustedes, la complicidad de las líneas enlutadas por la tinta virtual o el silencio que solo rompe el tecleo de mis dedos. Nunca una cola fue tan concisa, porque es de uno solo. Dando pasos inciertos, que más parecen baile de bachata acompasada y medio ebria, como si dudara.