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La tribuna de El Puerto

Perrohortelanismo y españolidad

Durante las últimas semanas, entorno a los foros políticos se ha venido citando la expresión “el perro del hortelano, que ni come ni deja comer al amo”.

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Durante las últimas semanas, entorno a los foros políticos se ha venido citando la expresión “el perro del hortelano, que ni come ni deja comer al amo”.

Sin entrar en ese contexto, el conocido refrán se refiere a un animalito que por desgracia parece formar parte de nuestra condición de español, de la misma manera en como el señor Hyde forma parte del doctor Jekyll, listo para aflorar a la mínima oportunidad. En nuestro país, los personajes que no aprovechan las oportunidades ni dejan que otros lo hagan, ya sea por envidia o por inseguridad, siempre han estado dispuestos a desvirtuar el mérito del que inventa, descubre o hace algo útil, procurando infligirle el mayor daño posible.

A lo largo de nuestra historia, numerosas obras emprendidas por grandes hombres se malograron debido a la envidia y a la falta de seguridad en sí mismos de aquellos que debieron apoyarles.
Imaginemos pues cuantos pequeños emprendimientos personales se malogran cada día por los mismos motivos.

Quizás deberíamos preguntarnos si el actuar como el perro del hortelano es una de las principales causas por las que nuestro país está donde está, y no me refiero al terreno político, sino principalmente al social.

Practicar el calumnia que algo queda y el no dejar hacer, son tácticas cobardes de aquellos que no se atreven a intentarlo, generalmente por miedo a fracasar. El hecho de que en nuestra sociedad se penalicen los fracasos muy por encima de lo que se premian los éxitos, es en gran parte el motivo por el cual el “perrohortelanismo” está tan arraigado.

Sus orígenes más comunes están en la falta de seguridad y en la envidia, defectos que pueden corregirse en gran medida mediante una educación que fomente adecuadamente los valores personales.

Así, por ejemplo, cuando enseñamos a un niño a que comparta sus juguetes, le estamos fortaleciendo la confianza en sí mismo, igual que cuando al joven estudiante le animamos a que ayude a un compañero de clase.

Debemos ser conscientes de que al fomentar en las nuevas generaciones la verdadera generosidad (no la que se apoya en posiciones de poder y en la soberbia), estaremos facilitando el desarrollo de capacidades tales como las del liderazgo y la negociación, tan valiosas en la vida adulta.

Y, sobre todo, estaremos ayudando a formar a mejores personas y a crear una sociedad de mayor progreso y bienestar.

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