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Gente, lugares y tradiciones

Poetas malagueños: Salvador Rueda

La poesía de Salvador Rueda, precursor del Modernismo Ibérico, rezuma pura musicalidad. El ritmo está especialmente marcado en sus versos. Ejemplo de ello son sus magistrales sonetos, entre los que destacan, tan solo por citar los más conocidos: “El copo”, dedicado a los pescadores malagueños”, “La

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    El tiempo pasa por demás ligero, / lloro su raudo, turbulento giro / y más te quiero cuanto más suspiro, / y más suspiro cuanto más te quiero”. Son versos del popular poeta y periodista malagueño Salvador Rueda, nacido en Macharaviaya, en la aldea de Benaque, el 3 de Diciembre de 1857. Está considerado en la Literatura como el precursor del Modernismo Ibérico e influyó en poetas como Juan Ramón Jiménez, Manuel Machado, Francisco Villaespesa y Manuel Reina.

  

Totalmente autodidacta, ejerció diversas profesiones para ganarse la vida, entre las que se cuentan las de: jornalero, carpintero, droguero, pirotécnico y corredor de guías del puerto de Málaga. Fue asimismo oficial primero del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, desempeñando igualmente labores de periodista en la Gaceta de Madrid, durante el tiempo que estuvo en la capital de España.

   

Hablando de su propia niñez, escribe Salvador: "Aunque de niño en mi casa pobre yo no servía más que para vagar a todas horas por los campos, pretendiendo descifrar los profundos misterios y las grandes maravillas, mi padre siempre me amparó por desgraciado y me tuvo un sitio en su corazón. Aprendí administración de las hormigas; música, oyendo los aguaceros; escultura buscando parecido a los seres en las líneas de las rocas; color, en la luz; poesía, en toda la naturaleza”.

   

El mismo confiesa que descubrió la poesía observando la naturaleza. También se inspiró leyendo a Góngora, Garcilaso y Jorge Manrique, a quienes consideró sus maestros. La poesía de Rueda rezuma pura musicalidad. El ritmo está especialmente marcado en sus versos. Ejemplo de ello son sus magistrales sonetos, como este de ‘El Copo’, dedicado a los pescadores malagueños: “Tíñese el mar de azul y de escarlata; / el sol alumbra su cristal sereno, / y circulan los peces por su seno / como ligeras góndolas de plata. / La multitud que alegre se desata / corre a la playa de las ondas freno /, y el musculoso pescador moreno / la malla coge que cautiva y mata. / En torno de él la muchedumbre grita, / que alborozada sin cesar se agita / doquier fijando la insegura huella. / Y son portento de belleza suma: / la red, que sale de la blanca espuma: / y el pez que tiembla prisionero en ella”. 

 

   De gran belleza sonora es también su poema “Lejano amor”, cuyos versos rezan: “Mujer de luz, mujer idealizada, / que apagaste tu lámpara de oro: / aun pienso ver la escarcha de tu lloro / dentro de tu ataúd amortajada. / Vuelve a surgir de gloria coronada; / sal otra vez del mármol incoloro; / yo te amo, yo te vivo, yo te adoro, / llena de luz como una desposada. / Tu carne fue de nardos y panales, / floreciente entre sábanas nupciales; / resucita: yo te amo, yo te quiero. / Dame tu boca en flor, esposa mía, / y tu seno que hierve en armonía, / lo mismo que un enjambre en un romero”.

 

  Igualmente destaca la armonía del soneto “La copla”, ese popular género musical auténticamente español, nacido en Andalucía, que Rueda tuvo el privilegio de escuchar particularmente en la voz de la gran Raquel Meller: “Tiene la mariposa cuatro alas; / tú tienes cuatro versos voladores; / ella, al girar, resbala por las flores; / tú por los labios, al girar, resbalas. / Como luces su túnica, tú exhalas / de tu forma divinos resplandores, / y fingen ocho vuelos tembladores / tus cuatro remos y sus cuatro palas. / Ya te enredas del alma en una queja, / ya en la azul campanilla de una reja, / ya de un mantón en el airoso fleco. / En el pueblo, andaluz, copla, has nacido, / y tienes -¡ave musical!- tu nido / de la guitarra en el sonoro hueco”.

 

    Laureado con plena solemnidad en La Habana en 1909, la favorable acogida que la poesía de Salvador Rueda tuvo en general en toda Hispanoamérica hizo que el poeta agradeciera la hospitalidad con que fue acogido dedicando a aquellas tierras su poema “El milagro de América” (1929).

 

    Entre sus obras poéticas destacan: “Sinfonía del año” (1888), “El secreto” (1891), “Fornos” (1894), “El bloque” (1896), “Himno a la carne” (1890), “Piedras preciosas” (1900), “Fuente de salud” (1906), “Trompetas de órgano” (1903) y “Lenguas de fuego” (1908). En 1928 fue publicada su “Antología poética” y, en 1957, su obra póstuma “Claves y símbolos”. Inició su obra poética en 1880 con “Renglones cortos”, “Noventa estrofas” y “Cuadros de Andalucía” (todas de 1883). Tres de sus libros más importantes fueron prologados por Clarín, Darío y Unamuno: “Cantos de la vendimia” (1891), “En tropel” (1892) y “Fuente de salud” (1906).

 

    Además de poeta, Salvador Rueda fue un genial autor de novelas, entre las que cabe citar: “La cópula (novela erótica), “El patio andaluz” (1886), “El cielo alegre” (1887), “El gusano de luz” (1889), “La reja” (1890). Son asimismo dignos de mencionar los poemas para obras teatrales: “La Musa”, “La Guitarra”, “Vasos del rocío”, “Los ojos” y “La cigarrera”.

 

    Terminado su periplo por tierras americanas, regresó a Málaga, fijando su residencia  en una casa cercana a la Alcazaba, donde murió el 1 de abril de 1933. La ciudad de Málaga erigió a su memoria un monumento en el Parque, junto a la Plaza de la Marina. El monumento, con la efigie del poeta, fue erigido a finales de los años veinte y consiste en un obelisco truncado, obra del escultor Francisco Palma García. Posteriormente se le incorporó un águila con las alas extendidas, obra de Adrián Risueño.

 

  La incorporación del águila al monumento bien puede deberse al poema “El ave del paraíso”, que escribiera Salvador Rueda: “Ved el ave inmortal, es su figura; / la antigüedad un silfo la creía, / y la vio su extasiada fantasía / cual hada, genio, flor o llama pura. / Su plumaje es la luz hecha locura, / un brillante hervidero de alegría / donde tiembla 1a ardiente sinfonía / de cuantos tonos casa la hermosura. / Su cola real, colgando en catarata; / y dirigida al sol, haz que desata / vivo penacho de arcos cimbradores. / Curvas suelta, la cola sorprende / y al aire lanza cual tazón de fuente, / un surtidor de palmas de colores”.

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