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El corazón grande de ‘Zapatones’

En ese libro que aún está por escribir habría que dedicar un capitulo especial a Luis Aragonés Suárez. Su fisonomía y su palabra tenían marca propia, un marchamo personal que lo hacía diferente allí donde estuviera: sus gafas torcidas, su porte desgarbado, su verborrea de calle

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Algún día habrá que escribir un libro para recordar a los personajes raros, poliédricos y geniales que ha dado el mundo del fútbol en España. Futbolistas, entrenadores y gente del balón que dentro del campo eran-son-únicos, y fuera, en la vida, prolongan su singularidad. Ya Boskov, en un sublime arrebato de filosofía pura, apuntó: “Fútbol es fútbol”.
      En ese libro que aún está por escribir habría que dedicar un capitulo especial a Luis Aragonés Suárez. Su fisonomía y su palabra tenían marca propia, un marchamo personal que lo hacía diferente allí donde estuviera: sus gafas torcidas, su porte desgarbado, su verborrea de calle...
      Así era Luis Aragonés, “el Sabio de Hortaleza”, o “Zapatones”, sobrenombre con el que le motejó un periodista. Extravagante era su figura, ya digo, pero su discurso no le iba a la zaga y podía ser digno de un humorista a las cuatro de la madrugada. “Y ganar, y ganar y volver a ganar, y ganar y ganar, eso es el fútbol señores”. Y después, claro, a  su porte desaliñado, a su vocabulario de patio, unía un ímpetu y una fuerza en el campo capaz de intimidar al futbolista más atrevido. Hay anécdotas que así lo certifican, pero ninguna mejor que la que ustedes conocerán. En un partido de la selección llegó a decirle a José Antonio Reyes: “Dígale a ese negro de mierda (en referencia a Henry) que usted es mejor que él”.
       Luis fue uno de los pocos entrenadores que tuvo el honor de dirigir al Sevilla y al Betis. Desde Nervión o desde Heliópolis le seguí de cerca tanto en el estadio sevillista como en el bético. Cuando le dejaba el fútbol le gustaba pasear por la ciudad con su mujer Pepa, tomar café con los amigos y firmar autógrafos a los aficionados que se lo pedían. En la cafetería Ochoa, en la calle Sierpes, fuí testigo de cómo mi sobrino Pablo le solicitó que echara una firma en su cuaderno de colegial. Pensé  por un instante que saldría a relucir el Luis arisco y malhumorado que uno había visto a veces por televisión. Pero no, qué va. Sin perder la sonrisa, Aragonés estampó una rúbrica llena de cariño y buenos deseos.
       Jugó como profesional en 7 equipos y entrenó en 9. Bajo su mandato La Roja conquistó la Eurocopa 2008. Una hoja de servicios adornada con una filosofía particular de vida y una manera distinta de estar en el césped. Así era Luis, grande, único. Con sus virtudes y sus defectos. Se marcha cuando su Atlético de Madrid camina líder en la tabla clasificatoria. Hay partidos que se pierden para siempre-y que llegan con la muerte-, pero en la vida, en campo, él nos enseñó el mensaje de que sólo sirve ganar, y ganar, y ganar, y ganar... Bendita y bella lección, Luis.

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