La comunidad astronómica española ha resaltado su preocupación por los efectos de la crisis climática y la huella ecológica que dejan sus investigaciones, tanto por los kilómetros que recorren como por sus grandes telescopios, y han pedido regular las megaconstelaciones de satélites
Han trasladado su mirada a la sostenibilidad durante la XVI Reunión Científica de la Sociedad Española de Astronomía (SEA) que se celebra esta semana en Granada y en la que por primera vez ha participado un investigador no astrónomo.
El elegido ha sido el profesor del CSIC, científico y activista por la protección del medio ambiente y la lucha contra el cambio climático Fernando Valladares, que impartirá una charla plenaria titulada 'La ciencia, ante la inacción ambiental y social, debe pasar de la advertencia a la insistencia y a la acción'.
El objetivo es aunar esfuerzos entre diversas disciplinas científicas para aumentar la difusión y concienciación, imprescindibles ante este problema multisistémico y global.
La investigación astronómica tiene una huella ecológica derivada del impacto de construir las grandes instalaciones de telescopios en Tierra, el lanzamiento de satélites al espacio, o el uso de supercomputadores.
Se suma el impacto de los viajes que realizan los profesionales de la astronomía, que son el colectivo científico que más kilómetros acumula cada año al sumar los desplazamientos a observatorios ubicados en lugares remotos y a los congresos por todo el mundo.
Para intentar encontrar soluciones se han puesto en marcha diversas acciones, como la creación del grupo internacional Astronomers for Planet Earth (A4E), que toma por propio el conocido lema 'No hay un planeta B', o un grupo de trabajo de la SEA, con estudios periódicos.
Sus últimas encuestas revelan que un 86 % de los astrónomos optaría por el tren en vez del avión en viajes de menos de 3 horas, un 75 % lo haría si son menos de 5 horas y un 41 % para menos de 7 horas y casi ocho de cada diez querrían que este tipo de congresos sean híbridos para no viajar.
Por otro lado, la contaminación lumínica es una de las máximas preocupaciones por sus efectos en la observación del Universo, tanto para la astronomía profesional como para la no profesional y para el público en general, afectada especialmente por las grandes constelaciones de satélites artificiales en órbita baja.
La megaconstelación Starlink pretende contar con 12.000 satélites en una primera fase, que podrían aumentar hasta 45.000 más adelante, mientras que otros proyectos anunciados aspiran a colocar cantidades similares de aparatos en órbita.
Si se llegara a lanzar todo lo que se ha anunciado, se superarían los 100.000 satélites en órbita terrestre baja en menos de 20 años, un exceso de artefactos que no solo altera el paisaje nocturno, sino que dificulta la observación astronómica a diversos niveles.
La comunidad astronómica ha pedido una regulación internacional multilateral y la colaboración entre los diversos actores implicados en este problema para preservar el cielo de día y de noche.