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Desde mi azotea

La maté porque era mía (8M)

Las leyes reforzaron la subordinación tradicional, las costumbres y los estatutos afirmaron el derecho del marido a castigar a la esposa

Publicado: 07/03/2024 ·
10:44
· Actualizado: 07/03/2024 · 10:44
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Autor

José Antonio Jiménez Rincón

Persona preocupada por la sociedad y sus problemas. Comprometido con la Ley y el orden

Desde mi azotea

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Esta noche, desde mi azotea he oído como, desde una de las vivienda de un bloque colindante, un hombre profería insultos hacia su pareja. ¡Eres una hija de puta!, un día de estos te voy a voy matar, eres una mierda, no vales para nada, puta, que eres una puta!., y una voz de mujer, llorando y nerviosa, le decía ¡que quieres, hago todo lo que me pides, que más puedo hacer!.

Esa corta secuencia es un pasaje imaginario, pero podía haber sido real. Supongo que habrán escuchado o leído alguna vez eso de que la maté porque era mía. Muchos maltratadores asesinos ejecutan a sus esposas en la creencia que si no es de él no será de nadie, que es de su propiedad y que tiene derecho a matarla si fuese preciso. Es la frase típica de los femicidas para justificar su crimen. Torturadores de cualquier edad y clase social que ejercen la violencia sobre las mujeres y disponen de su vida en nombre del honor, los celos o la prepotencia.

Hasta hace unas cuantas décadas no escandalizaban demasiado expresiones como “la maté porque era mía” o “mi marido me pega lo normal”. Entonces no se hablaba de violencia machista, ni se informaba de los asesinatos de mujeres a manos de sus maridos o exparejas, sino más bien de “crímenes pasionales”.

El Código Civil decía que el hombre manda y la mujer obedece, la consideración social del comportamiento violento era la de un correctivo: la mujer había tenido un comportamiento inadecuado para lo que se esperaba de ella y el marido aplicaba la corrección que considerase oportuna. Así pues, el que un marido pegara a su mujer estaba considerado normal y recaía sobre ella la responsabilidad última de la violencia que sufría.

“Al buen y al mal caballo, la espuela; a la buena y a la mala mujer, un señor y, de vez en cuando, el bastón”. Este proverbio del siglo XIV no es sino una expresión del trato recibido por incontable número de mujeres a lo largo de la historia, apoyado por filósofos, moralistas y legisladores, basándose en los textos bíblicos y aristotélicos. Otro proverbio muy popular: Buena esposa o fregona, toda mujer quiere zurra, añadía, un componente masoquista por el que, además, se daba por hecho de que la mujer disfrutaba siendo maltratada y apaleada.

La vida en pareja no es fácil. Esto es discutible, pues son muy numerosos los ejemplos de hombres y mujeres que viven años en perfecto entendimiento y cariño. Lo mejor que pueden hacer dos personas que no se soportan o, simplemente, han dejado de quererse, es separarse, rehacer sus vidas, cada cuál por su lado, sin crispaciones, sin insultos, con inteligencia en una palabra. Pero lo que sería una forma normal de actuación no parece serlo para un gran número de parejas que pasan de quererse a odiarse de tal forma que transforman en un verdadero infierno sus vidas y las de sus allegados. ¿Qué ha ocurrido para que una relación que comenzó con amor e ilusión llegue a convertirse en una pesadilla?.

No nos podemos imaginar el dolor de unos padres al recibir la noticia de que aquella niña que tuvieron en sus brazos recién nacida, que llenó sus vidas durante años, a la que vieron crecer y de la que se enorgullecieron cuando se hizo mujer, ha sido brutalmente golpeada, o degollada, o quemada viva, o estrangulada por el hombre que compartía su vida o por su antiguo compañero, pareja, novio o lo que sea. No hay nada más terrible que la desaparición violenta de un ser querido, y son muchas las causas que pueden originarla y todas igualmente lamentables, pero el caso de la mujer maltratada es de la peor especie; es una tortura que, por lo general, dura mucho tiempo antes de llegar a su desenlace final. Un martirio que en muchas ocasiones la víctima la sufre en soledad.

Durante siglos, los moralistas afirmaron que la mujer debía limitarse al hogar, en donde el marido ocupaba siempre un puesto por delante del resto de la familia. Las bofetadas eran señal de que ella continuaba en el lugar que le correspondía. Los sermones hablaban, a modo de moraleja, de esposas desobedientes ahogadas, deslomadas, envenenadas por desobedecer a sus maridos.

Las leyes reforzaron la subordinación tradicional, las costumbres y los estatutos afirmaron el derecho del marido a castigar a la esposa. Era su tutor y ella estaba bajo su vara. En las leyes castellanas de los siglos X al XIII, una mujer desvergonzada podía ser golpeada, violada e incluso asesinada, sin que el criminal fuera perseguido. Hasta no hace mucho, no podía entrar sola en un bar ni para beber un vaso de agua; no podía vestir pantalones, bailar a lo agarrado si no era con su novio formal, y esto bajo vigilancia.

A las violadas se las acusaba de haber provocado a los violadores, las maltratadas que huían de sus hogares perdían su derecho sobre los hijos, y por supuesto sobre cualquier propiedad de la pareja, y a las separadas se les señalaba con el dedo. Los jueces declaraban inocentes a los hombres que mataban a sus mujeres por adulterio, o simple sospecha de adulterio, y a las víctimas ni se les ocurría denunciar a sus maltratadores.

Regocijémonos, dirán algunos, porque aquellos tiempos ya pasaron, ahora estamos en una sociedad moderna y democrática. ¿De verdad pasaron? La cruda realidad es que hoy en día continúan muriendo mujeres a manos de sus maridos, compañeros o exparejas. La fuerza bruta sigue siendo dominante en dichos casos, el la maté porque era mía sigue vigente; la mujer maltratada, violada o asesinada es el pan nuestro de cada día, ocupando un espacio, pequeño, en los medios de comunicación. Torturadores de cualquier edad y clase social ejercen la violencia sobre las mujeres en todos los ámbitos, disponen de su vida y libre albedrío en nombre del honor, los celos, la prepotencia, la superioridad masculina inculcada a lo largo de la historia y, lamentablemente, la sociedad y la ley reaccionan cuando ya es demasiado tarde. ¿Hasta cuándo?

FUENTES: https://www.elcorreo.com/opinion/mate-porqueera-20181125200435-nt.html

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