Era una tarde cualquiera de uno de estos días del nuevo año, en la que todos esperaban que por fin pudiéramos empezar a remontar la difícil cuesta de la crisis, que en estas jornadas se sumaban a la de enero y a la mezcla de frío y precipitaciones con que la naturaleza, revuelta por el cambio climático, nos obsequiaba como si hubiera ocurrido por primera vez.
Ciertamente que las temperaturas habían bajado demasiado para lo que estábamos acostumbrados por estos lugares , y que el cielo lloraba sin consuelo, convirtiendo nuestras calles en un maravilloso espejo; en el que todos y todas los que valientemente se armaban con sus paraguas dispuestos a hacer frente al aguacero para ir al trabajo o hacer las gestiones pertinentes; se reflejaban y escuchaban una sinfonía en la que sonaban todas las notas del pentagrama, interrumpidas en ocasiones por el fuerte estruendo del tormentoso tambor. Un encanto entre nostálgico y melancólico envolvía la ciudad, y nuestro personaje gris como este aparente paraíso, deambulaba sumido en sus pensamientos y preso de sus sentimientos, en una especie de rabia contenida que le hacia repetir interiormente una y otra vez que hay quienes tienen mala estrella y quienes nacen estrellados. Parecía un espectro que caminaba sin rumbo fijo, como perdido, sin meta que alcanzar, alimentando el infierno que cada cual lleva dentro o tal vez intentando encontrar una luz de esperanza que le permitiera explorar el tesoro escondido por descubrir. Experimentaba una sensación dañina y más molesta que un dolor de oídos, porque estaba convencido que su presencia en cualquier escenario, llegaba precedido de intrigas y cuchicheos que el mismo había contribuido a alimentar con su actitud, con sus falsas pretensiones que eran el comienzo y el final de todas sus desdichas Perdido, aturdido y al borde de su propio patíbulo, era consciente que poco a poco había logrado ser el pregonero de conflictos y desastres, propiciando un clima de desconfianza y rencor a su alrededor, y es que ahora en el repaso de su propia historia, tenía delante una fotografía nada agradable de sus manipulaciones, en el que se le habían rebelado los peones del tablero de ajedrez y los aparentes títeres del teatrillo. Por unos momentos había dejado de llover, y la fuerte luz del sol de los gitanos le pegaba en el rostro, como si quisiera sacarlo de aquel estado en el que se sentía, roto y acabado, y pensó que todavía era momento para actuar con lealtad, para ser coherente consigo mismo. De nuevo unos nubarrones negros taparon al astro rey, y comenzaron a vomitar chaparrones, para que no nos olvidáramos que el tiempo era el mismo, y que sólo el paréntesis de la escampada, era como si le hubieran encendido una bombilla para que nuestro sujeto reaccionara. Continuo caminando, pero ya nada era lo mismo, porque su tren había estado a punto de descarrilar, y había dejado de escuchar sus propios ecos, para oír otras voces y ver a otra gente que como el estaba en la calle en aquel día de lluvia. Se daba cuenta que había perdido mucho de su vida inútilmente, que había saltado del pasado al futuro sin salir del presente, y que no se había dado ninguna oportunidad de ser feliz y lograr que los demás lo fueran, empecinado en su afán de controlarlo todo, de tocar violines desafinados, de creerse poderoso con necesidades insatisfechas o de ser un maestro de juguetes rotos, Mientras persistía la ducha en los tejados, con monótona cadencia y sonaba de fondo el Canon de Pachelbel, quedaba de manifiesto que en los grandes asuntos, los hombres se muestran como les conviene, en los pequeños tal como son en realidad.
Curioso Empedernido
Un día de lluvia
- Juan Antonio Palacios
- Curioso Empedernido
Publicado: 01/02/2010 ·
17:46
Actualizado: 01/02/2010 · 17:46
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