El diestro Morante de la Puebla, que salió a hombros con José María Manzanares, tuvo hoy una actuación plena de maestría y entrega en la segunda corrida de la feria de Jerez, en la que cortó un total de tres orejas y ratificó el gran momento por el que atraviesa esta temporada.
A su 41 años de edad y 24 de alternativa, el artista sevillano pareció hoy, por su actitud, un joven aspirante a la gloria, uno de esos toreros debutantes y pletóricos de los que los taurinos dicen que están con "la edad en la boca".
Entregado, dispuesto en todos los momentos de la corrida, pisando sin una sola duda los terrenos más comprometidos y asentándose en la arena para fajarse con los toros, Morante mostró que los toreros de su corte atesoran también grandes dosis de valor, que son las que se necesitan exactamente para hacer el toreo con esa pureza.
Pero la realidad y la evidencia dejaron ver también a quien en realidad también es un auténtico maestro, un torero experimentado y conocedor de todos los resortes de la mejor tauromaquia para poder expresarse así ante los toros con la más absoluta y desnuda simplicidad: la dificil facilidad de los elegidos.
De ese corte fue la faena al primero de la tarde, un toro al que Morante cuajó un deslumbrante y hondo saludo a la verónica, ganándole un paso entre cada lance hasta más allá de la raya de picadores, como los clásicos del toreo de capa.
El de Domecq pareció acusar tanta exigencia y se fue desfondando desde los primeros compases del trasteo de muleta, lo que no evitó que, con una sincera y precisa colocación en los cites y un temple proverbial, Morante le sacara unas cuantas series de limpios muletazos por ambas manos, casi deleitándose en su sencillez de trazo.
Otra cosa fue lo del cuarto, un toro vareado al que, aunque pareció venirse abajo tras el primer puyazo, Morante quiso que, a pesar de las protestas del público, se le diera un segundo. Y acertó el maestro porque, aun así, el de Juan Pedro Domecq se recuperó y desarrolló un brusco temperamento que obligó al veterano a tirar del suyo, el de un toreo novel con ansias de triunfo.
La faena de muleta fue un pulso entre ambos, por ver quien imponìa su voluntad: Morante tirando de temple y paciencia desde una absoluta solidez de planteamiento, y el toro protestando a cada intento de sometimiento, mientras el de la Puebla alternaba con detalles inspirados que aliviaban la tensión, incluido, aunque infinitamente con más arte, el famoso "pase de la tortilla" que popularizó Jesulín de Ubrique.
Al son del los preciosistas solos de clarinete de "Ópera flamenca", el sevillano no cejó en el empeño hasta que, como resultado de tanta entrega y tan acertada estrategia, le expreimió al geniudo animal dos inmensas, largas y ligadas tandas de derechazos, roto el torero hasta en las protestas del animal al final de cada una de ellas, para por fin desplantarse descarado, al estilo gallista, en señal de su victoria definitiva.
La actuación de Morante marcó y pesó toda la tarde, hasta el punto de que dejó en poco, pese al premio de dos exageradas orejas, la actuación de José María Manzanares, quien, entre dudas, probaturas y pausas, solo le cuajó media docena de buenos y redondeados naturales a un quinto toro bravo y encalsado que le regaló esos tantos y veinte más.
Pero un contundente estoconazo volcándose en la ejecución, como en otras tantas ocasiones sucede con este torero, acabó por hacer aflorar los pañuelos, incluidos los del presidente. Ya antes, con un segundo apagadito pero con clase, tampoco se había visto ni fino ni preciso al alicantino.
Pablo Aguado fue el peor librado en el sorteo, en tanto que el tercero, al que cuajó un buen quite por chicuelinas, se desfondó y afligió muy pronto, lo que, aunque duró más, le volció a pasar con el sobrero sexto.
A ese último lo recibió el sevillano con una larga cambiada de rodillas para, en cuanto tocaron a matar, ponerse directamente a aprovecar lo poco que le ofrecía con dos más que estimables tandas de derechazos, ayudando al animal hasta que se aplomó por completo y sin responder al esfuerzo del torero.
FICHA DE LA CORRIDA:
Seis toros de Juan Pedro Domecq (el 6º, sobrero), de terciada presencia, aunque de finas hechuras, y, pese a su nobleza, de escaso fondo de raza y fuerzas, en general, salvo el 5º, "Vainazas" de nombre, premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre por su brava y encaslada condición.
Morante de la Puebla, de verde esmeralda y oro: pinchazo y estocada (oreja); estocada trasera tendida (dos orejas).
José María Manzanares, de corinto y oro: dos pinchazos y media estocada (ovación); gran estocada (dos orejas).
Pablo Aguado, de negro y plata: estocada (silencio); pinchazo y estocada desprendida (ovación).
Entre las cuadrillas, saludaron en banderillas Iván García, Pascual Mellinas, Daniel Duarte, Mambrú y Luis Blázquez.
Segunda y última corrida de la feria de Jerez, con el aforo permitido casi lleno, unos 3.500 espectadores.
Jerez
Morante de la Puebla, magistral y entregado, ratifica su gran momento
Tanto él como Manzanares lograron la puerta grande en la segunda y definitiva corrida de toros en Jerez
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