La sipnosis inicial de Una joven prometedora tiene algo de enfermizo: Cassie, que trabaja en una cafetería y acaba de cumplir los 30, se transforma cada noche para salir a la caza de hombres dispuestos a aprovecharse de cualquier mujer con dos copas de más. Sin embargo, esa apariencia inicial de psico-thriller no es tal, hasta el punto de hacernos confundir una salpicadura de ketchup con sangre, como primer apunte del inteligente sentido del humor de la debutante guionista y realizadora Emerald Fennell -Óscar al mejor guion original-, que convierte su película en algo mucho más que un ajuste de cuentas desde la evidente historia de venganza que atraviesa todo el relato. Por supuesto, reivindica la libertad de la mujer, al tiempo que denuncia su situación de indefensión frente al supremacismo machista que impera en determinadas conductas sexistas, pero es imposible entender el filme como un mero alegato feminista, puesto que son los condicionantes personales y afectivos de la protagonista los que guían el curso de la historia más allá de retratar a una manada de tipos que solo parecen recibir señales desde la punta de su cipote y no desde su cerebro.
Y la película está plagada de señales que apuntan en ese sentido, empezando por la propia caracterización de su protagonista cada vez que sale de marcha, como recién salida de un videoclip de Britney Spears. De hecho, en el momento previo a la escena culminante suena de fondo una versión instrumental de una de sus canciones, Toxic, mientras que en una de las secuencias felices que le reserva la historia el tema que le gusta corear en realidad es uno de Paris Hilton, como si la propia mercadotecnia obligara a elegir entre dos modelos para ser feliz -y ya sabemos las diferencias entre uno y otro modelo-. Pero está presente también en la relación con sus padres, en su enfermiza obsesión con el recuerdo de una antigua amiga, en su propia inseguridad a la hora de admitir la posibilidad de un noviazgo.
Es, en cualquier caso, una película perturbadora, que te sacude y masajea a partes iguales, y eso es lo que la hace brillante, sorprendente, casi imprescindible, pese a determinadas licencias poco justificadas o poco creíbles, y, en especial, que avanza y se engrandece a partir del admirable y excelente trabajo de esa actriz de apariencia tan frágil, aquí inolvidable, llamada Carey Mulligan.