Aunque Steve McQueen alcanzara la fama y reconocimiento internacional gracias al Oscar por 12 años de esclavitud, el cineasta que me sigue interesando es el que despuntó con sus dos primeras películas, Hunger (2008) y Shame (2011), ambas protagonizadas por Michael Fassbender. No es que su carrera haya ido en retroceso, sino que sus expectativas como creador han virado a un territorio en el que la sorpresa no está garantizada. De hecho, tras la estatuilla optó por un thriller que adaptaba la historia de una famosa serie británica de los 80, Viudas, con la que no dejaba una huella perdurable, más allá de ceñirse con rigurosidad a los elementos del género. Ahora regresa con un proyecto mucho más personal, precedido de numerosos elogios, bajo el título de Small axe, una colección de cinco películas sobre la represión racial en el Reino Unido a lo largo de tres décadas, desde los 60 a los 80, y basadas en historias reales con las que el realizador asume un compromiso moral y cívico con el pasado y el presente de todos cuantos han sufrido y sufren persecución y hostigamiento por el color de su piel, por su religión o sus costumbres.
La primera de ellas, Mangrove, relata el proceso judicial al que se vieron sometidas nueve personas por su participación en la Marcha de los Manglares, una protesta con la que denunciaron los abusos racistas de la policía británica contra la comunidad antillana y sus negocios en el barrio de Notting Hill. Tratados casi como criminales, aquel juicio sirvió para advertir de una realidad hasta entonces ignorada por la sociedad británica, aunque no para poner fin a la caprichosa actuación de las fuerzas policiales en su afán por vincular la delincuencia con la población negra, de la que no tiene la exclusividad cierta policía estadounidense.
McQueen hace patente ese compromiso moral con los protagonistas de la historia, centrado en los personajes encarnados con total entrega por Shaun Parkes y Letitia Wright, pero ejerce también su compromiso formal como cineasta a partir de una composición visual basada en continuos primeros planos para reforzar la opresión, la asfixia y la impotencia de quienes vieron recortados sus derechos y libertades, y una excelente planificación del desarrollo del juicio. La cuestión es que, más allá del compromiso moral y formal, y del rescate de estas historias auténticas, también permanece la sensación de tenerlo todo ya visto.