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La vida sin adjetivos

La montaña rusa de la vida que pasa de la alegría desbordante a la pena íntima en cuestión de un minuto. La vida sin adjetivos

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Una de mis frases acuñadas a lo largo de los años es que la vida es una tómbola de luz y de color, aunque a veces es triste y melancólica. Es como una montaña rusa. Unas veces estás arriba y otras abajo. En ocasiones tus emociones parecen tocar el cielo y en otras se topan con el suelo. Es la vida misma. Esa donde las puertas se cierran para poder abrir otras, aunque en oportunidades echan el candado para quedarse selladas a cal y canto. Las vivencias del día a día saben de la muerte de una abuela y del nacimiento de una nieta. De una jubilación dejando tras sí una etapa laboral inolvidable, como ha sido mi caso, y la apertura de un camino en un tiempo nuevo, diferente, distinto, pero apasionante. Época donde las nostalgias deben  dar paso a nuevas sensaciones, sin olvidar a aquellos compañeros y, sin embargo, amigos que se han volcado para buscar la forma de despedirte de la manera más entrañable posible en estos tiempos de pandemia. Lo que vivi el miércoles en esa verdad última de la prensa que es la rotativa de un periódico fue inolvidable. El video donde cuarenta y tantos antiguos, pero siempre presentes, compañeros hablaban en clave de anécdotas y de buenos momentos fue alucinante. Ese trabajo entre bambalinas de mis hermanos de redacción, con el director Abraham a la cabeza y "mi nuera" Rocío dándolo todo y más para encontrar a esos viejos camaradas de juntar letras y contar cosas fue espectacular, como la labor de los amigos de realización de la tele. La hora de conversación directa, distendida, sin tapujos en el despacho del director general fue para dejarla grabada. Lo que pudo ser y no fue y la fiel  realidad de 26 años consecutivos en la empresa. Fue un día imborrable que se emborronó al final porque un primo mío se iba para siempre abrochando unas de esas rendijas que ya no se abrirán. Con él, con Manolo López Domínguez, se me va casi la tercera generación de la familia de mi madre. Mis abuelos, mis tías y mis tíos y casi todos mis primos, ya que me resta Maruchi que lleva cincuenta años o más en Cantabria. La montaña rusa de la vida que pasa de la alegría desbordante a la pena íntima en cuestión de un minuto. La vida sin adjetivos.

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