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Abascal, o la fuerza del sino

“Quien fuerza su propio destino va en busca de su propia pérdida”. No hay mejor sitio para comprobarlo que la política

  • Abascal. -

Lo aprendí de una vieja amiga: “Quien fuerza su propio destino va en busca de su propia pérdida”. Y a lo largo de muchos años lo he visto repetirse una y otra vez en muchos políticos confundidos: donde veían atajos no había sino callejones sin salida, donde momentos de gloria, el preludio a su caída al vacío. Lo ha podido comprobar esta semana Santiago Abascal, cuyas hechuras de geyperman de la (ultra)derecha española se desfondaron sobre su asiento en el Congreso a medida que avanzaba la moción de censura defendida por él mismo, como si se hubieran desvanecido los encantos de un hechizo al toque de las doce campanadas: tuvo que abandonar el baile porque le habían robado hasta los zapatos. Lo peor es que al final se le quedó cara de difunto -de perplejidad, diría él-, y ése es un estigma político del que cuesta recuperarse. “En ocasiones veo muertos”, que habría dicho el niño de El sexto sentido.

Una moción de censura es algo muy serio, y la presentada por Vox parecía más una queja que una alternativa a la ilusoria aspiración de presidir el Gobierno. Una moción de censura exige batalla política de altura, y ésta tuvo momentos parecidos a los de una cita entre los Sharks y los Jets bajo un puente del Upper West Side. Tampoco es que las precedentes fueran del todo ejemplares, pero incluso encontraron más avales que los obtenidos por Vox.

A Aitor Esteban le sobraron 29 minutos para explicarlo, aunque quienes mejor lo expresaron fueron Inés Arrimadas -“la indignación no es un proyecto político”- y Ana Oramas -“han convertido la política en algo inútil”-. Más todavía. A la misma hora en que se abría la sesión, los grandes empresarios del país clamaban desde Valencia contra la clase política: “Vayamos a salvar a la gente y a las empresas, y abandonen las demagogias y las ensoñaciones”. Y podemos seguir con los datos de muertes y contagios del día.

La ensoñación de Abascal, como la de Pablo Iglesias, que tuvo que mandar su previsible réplica a la trituradora ante el cambio de guion de su tocayo Casado, acabó en pesadilla, aunque tal vez como consecuencia lógica de un discurso en el que dedicó más tiempo a tratar de demostrar lo “pernicioso” del gobierno entre PSOE y Unidas Podemos que a ofrecerse como alternativa de gobierno a través de un escueto programa que más tarde tuvo que enmendar el propio Iván Espinosa de los Monteros para dotarlo de mayor autoridad.

En realidad no hubo alternativa, sino crítica, a través de un discurso que bien podría haber reservado para un mitin ante su público, que era el único al que pareció dirigirse durante sus 200 minutos de alocución, con el contraproducente efecto de que en el Congreso no hallaba más que silencio y, a medida que pasaba el tiempo, los efectos de la contraprogramación de Pedro Sánchez, con su manifiesto “contra la derecha y por los derechos humanos” -lo de “derechos humanos” le daba más seriedad, aunque eso depende también de quien te preste la firma después-.

Lo que no esperaba el líder de Vox es que quien le contraprogramara fuera el del PP. “Hasta aquí hemos llegado. No queremos ser como usted”. Y dicho esto le podrían haber sobrado los otros 29 minutos, como a Esteban. Pero Casado estaba allí para explicarse, y para explicárselo también a los votantes que huyeron del PP y de Cs para decantarse por la papeleta de Abascal, del que criticó su “populismo antiliberal”, su obsesión por “sepultar el interés nacional bajo su propio interés”, por fragmentar el voto de la derecha en beneficio de Pedro Sánchez, por “arrastrar a los españoles a una batalla” y, especialmente, por “crear el partido que la izquierda llevaba treinta años esperando”.

Y por si no había logrado captar la atención de los votantes de Vox con esos argumentos, recurrió al símil taurino: “Vaya capote le ha echado al PSOE y vaya bajonazo con el que remata la faena. Quería cortar dos orejas del PP y ha acabado de monosabio de Iglesias”. Solo faltó que lo sacaran a hombros para que se visualizara quién era el triunfador de la tarde.

Al final, puede que el único destino que haya precipitado Santiago Abascal sea el del renacer del bipartidismo.

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