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Sin la mejor vacuna contra el virus

Falta respeto mutuo y saber diferenciar entre rival y enemigo. Este país no se puede ir a la mierda porque dos tipos se caigan mal

  • Sánchez y Casado. -

Cada uno lo define a su manera, pero los cuatro coinciden en el fondo de la cuestión: el fracaso de los políticos y de la política en la gestión de la crisis sanitaria. El más contundente es José Antonio Barroso: “Falta grandeza y sobra mezquindad”. Aurelio Romero, por su parte, lamenta la ausencia de “políticos de talla” capaces de llegar a acuerdos por el bien del interés general, y Pedro Pacheco reconoce su preocupación ante el hecho de que se quiten “la culpa para echársela a los ciudadanos”, mientras que Francisco González Cabaña asiste entristecido ante los hechos al comprobar que la “nueva política”, la de la ruptura de la lealtad, ha cobrado protagonismo “en viejos partidos”.

Los cuatro se han reencontrado esta semana en un plató de televisión para participar en una tertulia tan atractiva como necesaria, por la experiencia que acumulan a la hora de abordar cuestiones que nos afectan a todos de una manera u otra y, más aún, ante la necesidad de reivindicar un perfil político que en su caso está ligado al de aquella España de la transición de la que formaron parte -y de la que ahora tantos iluminados reniegan-, sin que ello suponga incurrir en un ejercicio de nostalgia gratuita ni de superioridad moral, sino la constatación de que a ellos, y a muchos otros de su generación, es difícil superarles en la comparativa tomando como referencia el presente, salvo que les toque medirse en eslóganes publicitarios o en artificios electoralistas.

Entre los cuatro suman casi 300 años, más de una docena de nietos y algunos achaques de salud que comparten a micrófono cerrado, pero también la felicidad de este volver a encontrarse -en especial con Barroso, residente desde hace casi una década en su “amadísima” Cuba- y la preocupación por una situación en la que se debaten -Cabaña y Romero- entre el optimismo ante la llegada de una vacuna que genere el esperado efecto rebote y -Pacheco y Barroso- la consecución de un nuevo modelo socioeconómico que ayude a dejar atrás la grave crisis que nos aguarda a partir del año próximo.

A los dos primeros se les nota el peso de las siglas, una fidelidad enraizada, inquebrantable, como la que se siente por los colores y el escudo de un equipo de fútbol, que, en el caso de Romero, deviene en esa disciplina tan bien entendida y en esa prudencia tan bien ejercida por los que han hecho carrera en su partido; y, en el de González Cabaña, se combina con el ardor que exigen los parentescos familiares del inmenso árbol genealógico del PSOE, pero también con la defensa de la discordancia, como la que ahora le lleva a no reconocer a su formación cuando se dedica a hacer “nueva política”.

Pacheco y Barroso, liberados de siglas, que no de ideales, utilizan diferentes atajos para llegar a las mismas conclusiones, aunque lo que realmente determina su discurso es el peso del liderazgo ejercido como alcaldes durante más de dos décadas; el mismo liderazgo que hoy en día echamos en falta entre los principales espadas de la política española, así como se echa en falta el respeto mutuo y algo muy sencillo, saber diferenciar entre rival y enemigo. Este país no se puede ir a la mierda porque dos tipos se caigan mal.

La cuestión es que, desde su bagaje personal y desde sus diferentes posiciones, coinciden en el mismo diagnóstico, el del degenerado panorama político nacional, acelerado por una crisis sanitaria que ha terminado por hacer metástasis en las propias instituciones. “Me alegro de estar ahora fuera de la política, pero no por cobardía ante la situación, sino por la batalla política institucional”, admite Cabaña. Aurelio Romero ni siquiera se atreve a hablar de “política”, sino del “politiqueo” imperante, y Pacheco se confiesa abochornado por los “niveles de bronca política alcanzados”, que mantienen a España condenada a ser un “proyecto inacabado”. Barroso va más allá: ante la falta de un proyecto político y de un modelo de futuro, la gente puede terminar encomendándose al “concepto vaticanista y religioso de las cosas para decir: tengo la esperanza, vendrá Dios..., pero seguiremos sufriendo más pandemia”. Lo más triste, sentencia Cabaña, es que “la política debía ser la mejor vacuna contra el virus”.

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