Con más de una decena de libros ya editados, José Félix Olalla (1956) conoce muy de cerca el rigor y la devoción que guarda la poesía. Sobre el fondo azul de sus íntimos paisajes, su obra ha crecido sin prisa, ordenándose desde una música interior, abriéndose certera a nuevos registros. Y, siempre, aferrado a estos versos que parecieran resumir su poética: “Busca una palabra/ y la raíz de un verso escondido/ y encadénate a ella”.
La publicación de “¿Quién leerá esto?” (Vitruvio. Madrid, 2019), vincula la voz del autor madrileño hasta la frontera de todo aquello que ha ido amontonándose próximo a la memoria. Lo vivido no es sombra del ayer, sino presencia candente, nudo indisoluble, dador de una realidad sustantiva sobre la que el sujeto lírico ensancha los límites de su terrenal residencia. A sabiendas de que su acontecer ha sido -y es- verdad sin artificio, su verso se torna confesional y cómplice: “Me declaro responsable de mi vida/ y junto al cuaderno de la ciudad pasajera/veo pasar las aguas agitadas por las que yo naufragaba/ en distinto tiempo, en época lejana del ahora”.
En su “Poetry as Confession”, Macha Luis Rosenthal ya se había referido al “Yo literal que se sitúa en el centro del poema”, y cómo de forma empírica puede desmenuzarsela esencia vital. Aquí y ahora, José Félix Olalla va trazando de forma voluntaria los instantes que conformaron su felicidad o su tristura y, en ellos, y frente a ellos, se copia, se cobija, se rebela y se hace verbo: “Y si algún día/ dejo todos los versos de un golpe/ será que ya estaré cansado,/ que habré perdido la afición hacia ellos/ o que voy a rendir las cuentas más claras”.
Al cabo, una aceptación -que no resignación-, que deriva en una solidaridad propia y común, resuelta con una expresividad versal que le sirve como vía de escape para un discurso no sólo identificativo, sino también mnémico. Los poemas se sustentan sobre la llama de un decir luminario, de intensos matices y en los cuales predominanimágenes concretas, verídicas.
En su prefacio, Antonio Daganzo afirma que “en el poeta se ha obrado la transparencia necesaria como para que, sin mayores alardes retóricos ni énfasis ni desbordada imaginería, quedase dicho, hermosamente, cuanto había que decir, cuanto había que escribir”.
Y, ciertamente, desde esa claridad versal, será capaz de descifrar su materialidad inmediata, llegar a trascender el propio duelo contra su condición finita.
Dividido en tras apartados, “El halo que codiciamos”, “Los viajes de Gulliver” y “La sombra del Liquidámbar”, el volumenviene signadopor el amor que envuelve cuanto gira en derredor de la conciencia. Porque desde su personal extrañamiento, José Félix Olalla contempla la certidumbre de sus sublimes ilusiones, de los sueños idos y alcanzados, de la infancia imborrable, que ahora sabe a distancia y soledad. Sin embargo, al trocar su discurso en devota lumbre de cuanto resta por vivir, su palabra se hace bálsamo, tiempo y espacio renovados donde sentir que “la lluvia es una caricia,/ una bengala de fe entre las nubes/ una bendición/ que alimenta el torso vivo de la hierba”.