Hace algo así como poco más de una década, en el transcurso de un almuerzo organizado por este grupo con uno de los economistas más respetados de nuestro país, hubo quien aprovechó la ocasión distendida de los postres para atreverse a plantearle una cuestión comprometedora sobre el entonces presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero: “No sé si estamos ante uno de los presidentes más inteligentes que hemos tenido en España o, simplemente, ante un tonto. ¿Usted qué cree?”. Les dejo con la incertidumbre de la respuesta, e incluso les invito a que la adivinen, porque lo importante es que, después de lo ocurrido este jueves y viernes en Barcelona, creo que sería oportuno que alguien volviera a plantear idéntica cuestión en torno al actual presidente Pedro Sánchez.
Por más vueltas que le doy a los hechos, no encuentro los beneficios, salvo que sean de exclusividad propia de los participantes en la reunión de Pedralbes. Visto desde la distancia, cualquiera diría que los únicos beneficiados han sido los independentistas: por posición de dominio, liderar el discurso e internacionalizar de nuevo el conflicto con los enfrentamientos en la calle. Pero me niego a pensar que el presidente se haya marchado de vacío de Barcelona, aún a riesgo de que su estrategia le sitúe ahora mismo bajo un espantoso ridículo. Ya sé que Antonio del Castillo ha dado su propia respuesta, pero, insisto, parece lógico que podamos plantearnos la misma cuestión relativa entonces a Rodríguez Zapatero antes de agotar todas las posibilidades.
Lo cierto es que hay muchos intereses partidistas en juego, y hasta los más reacios dentro del PSOE a la política de acercamiento de Pedro Sánchez con los independentistas, pueden ver una luz de esperanza en el hecho de que el presidente consume el que parece ser su principal objetivo: contar con el apoyo suficiente para aprobar los Presupuestos Generales del Estado y poder agotar la legislatura. Solo de esa forma el partido se evitaría el trauma de un “Superdomingo” electoral en el que las cuestiones nacionales podrían terminar por solapar el debate municipal, como ha ocurrido con las pasadas elecciones andaluzas, y, obviamente, decantar el resultado del mismo lado que el 2 de diciembre: solo en la provincia de Cádiz hay 25 alcaldías gobernadas por el PSOE pendientes de tan determinante decisión, convertida en una oportunidad para los que aguardan desde los bancos de la oposición.
Que no se ofendan nuestros políticos, pero en eso del “interés general” ya hace tiempo que dejamos de creer, sobre todo desde la primera vez que tuvimos que empezar a pagar por ver un Madrid-Barça en la tele, que sigue siendo una de las cuestiones de mayor interés general que rige las vidas de cientos de miles de españoles. En lo que no podemos dejar de creer es en su honestidad y en su empeño por hacer las cosas de forma correcta; de ahí el desapego electoral creciente hacia el PP y hacia el PSOE, uno, por vivir excesivamente bajo la sospechosa sombra de la corrupción, y el otro por no haber sabido dar respuesta, primero, a muchos votantes de izquierdas y, ahora, a su propio electorado, como se ha visto en Andalucía.
Pedro Sánchez nos puede resultar antipático por su postureo con las gafas de sol, por el injustificado uso del Falcon, por usurpar la figura del rey en sus viajes al exterior, por no aprenderse las reglas del protocolo, por ponerse en evidencia una y otra vez con la “maldita” hemeroteca, por gustarle The Killers, o, yo qué sé,por comerse un langostino con cubiertos, y aún así seguiría contando con nuestro respeto como presidente del Gobierno; pero, o maneja una serie de claves que escapan a nuestro entendimiento y ponen de manifiesto lo que podría ser su brillante control de la situación, o, definitivamente, no ha entendido como una humillación su foto con Torra ante las flores de pascua, ni como una cara provocación su feliz consejo de ministros, lo cual nos deja muy pocas opciones en la búsqueda de la respuesta, ni siquiera la del presidente abducido.