Jacques Prévert (1900 – 1977) está considerado el poeta en lengua francesa más popular de nuestro siglo. Adscrito en sus inicios literarios al grupo de la rue de Château -junto a Raymond Queneau, Marcel Duhamel…- no participó de la esencia del movimiento surrealista, si bien se le atribuye la creación del cadáver exquisito. A un lado su labor como autor teatral y guionista, la publicación en 1946 de su poemario “Palabras” alcanzó un éxito inusitado. Algunos de sus textos fueron musicalizados por las grandes voces de la canción gal de entonces: Yves Montand, JulietteGréco, Edith Piaf…
De aquel libro citado, recuerdo su bello poema “Este amor”, en el cual escribía: “Este amor íntegro/ tan vivo aún/ y soleado/ es el tuyo/ es el mío/ ese que ha sido/ ese algo siempre nuevo/ y que no ha cambiado/ / tan verdadero como un planta/ tan tembloroso como un pájaro”. Y, precisamente, esa avecilla que asomaba por los versos del escritor francés, se hace ahora presente y cromática al par de la edición de “Para hacer el retrato de un pájaro” (kalandraka. Pontevedra, 2018).
Este poema con aroma de fábula llega embellecido por las sobrias ilustraciones de la ilustradora norteamericana MordicalGerstein. En él, Prévert articula un sólido canto a la naturaleza y a su imprescindible comunión con el ser humano. Con un intencionado mestizaje de raíces y alas, de apego a cuanto gira en nuestro derredor, refleja con sus versos lo conveniente que resulta para la creación la paciencia:“Pintar primero una jaula/ con la puerta abierta/ pintar después algo bonito,/ algo sencillo, algo bueno,/ algo útil para el pájaro./ Luego, colocar la tela contra un árbol/ en un jardín,/ o en un parque/ o en un bosque. Esconderse detrás del árbol,/ sin decir nada sin moverse./ A veces el pájaro llega enseguida,/ pero también puede tardar en años/ antes de decidirse”. Y también la constancia. Porque, en ocasiones, la dimensión de la férrea soledad parece cercar todo aquello que nos cobija, pero el mirífico valor del tiempo y sus deshoras devuelven los territorios que se sentían ya tan lejanos: “No hay que desanimarse;/ hay que esperar,/ esperar durante años/ si fuese preciso”.
La connotación afectiva que deriva de la comparativa presente - futuro lleva, a su vez, a presuponer una metacomunicación eficaz.De nuevo,el tiempo despierta la conciencia del creador y le lleva a peregrinar por el memorial de las estaciones, a enfrentar sus desvelos al discurrir de los días, a salvaguardar su corazón con las instantáneas que sabe pasajeras, pero corazonadas: “Cuando el pájaro llega, si es que llega,/ guardar el más profundo silencio,/ esperar a que el pájaro entre en la jaula/ y cuando haya entrado/ cerrar suavemente la puerta con el pincel”.
Destaca también sobre la precisa simbiosis de textos e ilustraciones “la transición del mundo entre tres dimensiones al plano bidimesnional”, y cómo Prévert salva con lírica sabiduría la distancia que perfila lo ido y cuanto resta por venir. Pues ese futuro pleno de posibles, puede tener, además, el más feliz de los finales: “Si el pájaro no canta es mala señal,/ señal de que el cuadro es malo./ Pero si canta es buena señal./ Señal de que ya puedes firmar./ Entonces, arranca suavemente/ una de las plumas del pájaro/ y escribe tu nombre/ en un esquina del cuadro”.