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Escrito en el metro

Lechetreznas y tricocas

Entonces la plantita vuelve hacia mi uno de sus singulares frutos, una tricoca, y me ruega enfurecida que no la llame así

Publicado: 04/06/2024 ·
10:12
· Actualizado: 10/06/2024 · 14:13
  • Una planta humilde. -
Autor

Salvo Tierra

Salvo Tierra es profesor de la UMA donde imparte materias referidas al Medio Ambiente y la Ordenación Territorial

Escrito en el metro

Observaciones de la vida cotidiana en el metro, con la Naturaleza como referencia y su traslación a política, sociedad y economía

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Sentado en un poyete del Jardín Botánico contemplo una de esas insignificantes yerbas que crecen al borde de los paseos. Sus hojas son verde esmeralda y sus flores son un prodigio de la arquitectura vegetal. Una voz irreconocible me pegunta su nombre y le respondo que es una lechetrezna, lo que vendría a significar un rastro de leche. Entonces la plantita vuelve hacia mi uno de sus singulares frutos, una tricoca, y me ruega enfurecida que no la llame así, que no le gusta el nombre vernáculo que le hemos asignado. Llámame Euforbia, me insiste. Entonces me cuenta el origen de este nombre con el que fue bautizada ya por los griegos desde la más remota antigüedad. Me cuenta que ya Pitágoras, para ejemplarizar en sí mismo la teoría de la reencarnación, que tan fervorosamente defendía, afirmaba ser el resurgimiento filosófico del famoso guerrero troyano Euforbos. De ahí tomó el mismo nombre otro griego que fue médico del rey númida Yuba II. En verdad este galeno, al igual que su hermano Musa, debieron tener un gran éxito en los ambientes cortesanos de Annaba y de Roma, hasta el punto de que nuestro Euforbos se casó con la hija de la mismísima Cleopatra. Ambos fueron grandes médicos y botánicos, que investigaron sobre las propiedades del látex de las plantas que hoy llevamos su nombre. Después de reñirme de nuevo, por haberle llamado lechetrezna, me recordó que aunque ella fuese humilde pertenecía a una rica estirpe, las euforbiáceas, de más de siete mil especies, algunas tan nobles como mi pulquérrima hermana la flor de navidad, el prodigioso árbol del caucho, la nutritiva mandioca o el pérfido ricino. La tricoca calló y se volvió hacia el suelo.

Después de aquel rapapolvo me quedé reflexionando en cuantas lecciones me ofreció aquella yerbita. La primera que la humildad surge desde la diversidad. Además, que Annaba, la antigua Hipona, patria de personajes tan venerados como San Agustín y Santa Mónica, y tierra sobre la que tanto aprendo gracias a mi amigo Tarek, no deja de sorprenderme. También aprendí que más vale una tricoca sabia que una bicoca por descubrir. Pero sobretodo valoré la pesada carga que a veces supone llevar el nombre o el apodo que no es merecido, como el de lechetrezna, cuando bien podría haberse llamado vía láctea. Al fin y al cabo son sinónimos del camino que marca un rastro de leche, uno en el suelo y otro en el cielo.

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