Aunque Lucía Pérez tiene claro que quiere ser ingeniera de telecomunicaciones, su fe le ha llevado a contar con otras motivaciones paralelas. Estudia un doble grado, compartido con ADE, en Valencia, pero actualmente se encuentra de Erasmus en Varsovia. De aventura en aventura, este pasado verano se marchó a Filipinas a realizar un voluntariado, como más bien llaman en la fundación católica Hakuna, un compartiriado. Esta organización privada de fieles realiza labores de ayuda humanitaria en diferentes países y la rondeña de 21 años eligió como destino este país del sur de Asia.
“Sacó esta experiencia y yo decidí ir, soy creyente de siempre como mi familia y conforme me he ido haciendo mayor pues sigo creciendo en mi fe”, expresa Lucía. A través de Hakuna cumple con las adoraciones de las horas santas, en las que se expone en la iglesia al Santísimo, y sus respectivas oraciones. “Esta fundación está dirigida a gente joven”, aclara. El pasado mes de julio lo pasó en Manila, la capital de Filipinas, concretamente en la zona de Tondo. En el ‘Barrio de la Basura’, como llaman a este vecindario por sus pésimas condiciones, vivió la experiencia junto a 99 personas más, quienes se hospedaban en un colegio de Don Bosco. “Casi todo el mundo sabe que este señor hizo muchas obras humanitarias y abrió muchos colegios por todo el mundo”, declara.
La rondeña cuenta que cada mañana se levantaban sin ningún guion ni plan establecido, simplemente por grupos se iban expandiendo por los diferentes barangais, pequeños barrios dentro de Tondo conformados por varias calles y cada uno con su propio Ayuntamiento, en busca de las necesidades reales de las personas: “Un día estuvimos ayudando a crear el censo correctamente puesto que los registros no estaban bien hechos, a lo mejor la persona que va a tomar los datos no sabe leer ni escribir bien e incluso al hacerlo en papel llegan a perderlos. Otro estuvimos midiendo y pesando a los niños menos de un año para ayudar con sus controles sanitarios. Tareas humanitarias de este estilo para contribuir a mejorar sus vidas”.
El compartiriado no solo estaba focalizado en estas acciones, además realizó muchas actividades con niños, con el objetivo de sociabilizar, y mayores, acompañándoles a salir a la calle porque no tenían con quien hacerlo. La joven recuerda como entraban a sus casas para hablar con ellos y ayudarles en las tareas que necesitasen: “El idioma, en ocasiones, se presentaba como un impedimiento, algunas personas hablaban un poco de español, aunque nuestra forma de comunicarnos era a través de un traductor que sabía su idioma, el tagalo, pero nosotros nos acercábamos a través de la fe y de Dios”.
Por ello, esta experiencia la consideran un concepto más allá del voluntariado ya que “voy a ayudar a la gente, pero a compartir lo que tengo dentro de mí y ellos conmigo”. Antes de marcharse del país, en los hogares de muchas familias dejaban su ropa o artículos que portasen y pudiesen valer para el día a día de los filipinos.
Lucía se lleva una vivencia extraordinaria de los 30 días que estuvo en la colonia española, tanto que por su lado solidario y la fe que porta está pensando en su siguiente viaje humanitario: la India. “Estoy pensando en irme este próximo verano al hogar Madre Teresa de las Misioneras de la Caridad en Calcuta, este país es el más pobre del mundo y quiero trabajar metiéndome de lleno en la ayuda humanitaria”, concluye Lucía mientras imagina su nuevo compartiriado.