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La escritura perpetua

Proust

Estamos ante un Proust novel que narra con admiración, casi nunca todavía con aguijón, el universo deslumbrante de los salones parisinos

Publicado: 10/05/2023 ·
10:13
· Actualizado: 10/05/2023 · 10:13
  • Marcel Proust.
Autor

Luis Eduardo Siles

Luis Eduardo Siles es periodista y escritor. Exdirector de informativos de Cadena Ser en Huelva y Odiel Información. Autor de 4 libros.

La escritura perpetua

Es un homenaje a la pasión por escribir. A través de temas culturales, cada artículo trata de formular una lectura de la vida y la política

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Francisco Umbral sostenía que si Agatha Christie nombraba una taza en una de sus novelas, era porque esa taza resultaba decisiva en la resolución final de la trama policíaca. Pero que si Marcel Proust (1871-1922) se refería a una taza en un libro, tenía la decidida intención de escribir muchas páginas, sosegadamente, de manera hermosísima, sobre la taza. El relato avanza en Proust lentamente, formando sutilísimos meandros, en un recorrido por el mapa sentimental de la memoria. Proust pasó gran parte de su vida encerrado en una habitación de su casa, a la que había insonorizado con corcho para eludir ruidos, escribiendo febrilmente, consciente ya de que ultimaba páginas para la posteridad, de que el conjunto de su monumental obra se parecería a una catedral.  “El novelista es como una esponja que se ha empapado de realidad y que vuelca en el papel su personal visión del mundo”, afirmó. ‘Los salones y la vida de París’, una joya (otra más) de Ediciones Espuela de Plata, recoge once sensacionales crónicas que el joven Proust publicó en periódicos de la época, cuando empezó a conocer en profundidad lo que después denominaría “el mundo de Guermantes”.

Estamos ante un Proust novel que narra con admiración, casi nunca todavía con aguijón, el universo deslumbrante de los salones parisinos. Proust se sumergía en un entorno de buen gusto, disfrutaba de él, y lo describía en sus relatos. Afirma de un personaje: “Últimamente había comprado un bello palacio en Venecia, la única ciudad, decía, donde se puede conversar con la ventana abierta sin levantar la voz”. Aquel Proust, ocurrente y asmático, moderadamente amanerado, fue aceptado en los salones de la aristocracia parisina pese a su origen burgués, algo inhabitual entonces, y él obsequiaba después a aquellas personas que perseguían ser sublimes sin interrupción con las extraordinarias crónicas en el periódico, en las que, como él escribe de uno de sus personajes, “no tenía aún las riendas de su estilo”. Pero el estilo sublime de Proust ya estaba ahí. Porque Proust, como años después escribiría Nobert Bilbeng sobre los cuadros, parecía plenamente consciente de que “el arte fija una belleza que no está en el mundo”.

 Porque en este delicioso libro brilla la prosa lenta y envolvente de Proust. “Su cuerpo y su cara parecían un torreón deshabitado que se hubiera convertido en biblioteca”. En el ensayo previo a los relatos escribe Luis Antonio de Villena: “Los salones y la vida de París es un excelente prólogo proustiano para leer y entender cabalmente ‘En busca del tiempo perdido”. Pues eso.

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