La vida de Paula Buhigas Sánchez dista mucho de haber sido un camino de rosas. Con una infancia, marcada por la severidad de su padre ( actor de cine que en su juventud “a lo mejor vio demasiadas cosas que no quería ver”), abusos sexuales y creencias e ideales que no la dejaban ser tal y como se sentía ya con cuatro años, una mujer encerrada en el cuerpo de Javier; un apuesto joven que, limitado y coartado por la sociedad, se las daba de lo que no era.
“En aquellos años esas cosas sonaban a chino. Me vi con un padre muy contrario a lo que sentía. Así que fui metiendo a Paula para dentro, escondiéndola. Me limitaba a imitar a mis hermanos. Otra opción no tenía. Era un niño agraciado, había muchas niñas detrás mías y me las daba de lo que no era. La doble moral, que ha existido toda la vida”.
De hecho, a rebufo de su hermano mayor se casó con “la persona más maravillosa del mundo”, su amiga, su todo, una mujer de la que, nos cuenta, “ojalá me hubiera enamorado”. Un sentimiento contra el que es imposible luchar, “ lo que me gustaban eran los hombres”, añadía la portuense.
“Insinuamos que estaba embarazada, aunque no habíamos tenido relaciones sexuales. Nunca le dije nada, se enamoró de lo que vio. Aunque es algo que siempre se me notó. Yo me negaba a tener relaciones. En parte, casarme fue una liberación porque no era feliz”.
La decisión que tomó con tan solo 16 años, le llevó a padecer un derrumbamiento de la personalidad con 17 años y a formar una maravillosa familia, formada por 3 hijos y 5 nietos; que creció entre comentarios de “peluquero mariquita”.
“Ella trabajaba conmigo. Había un presión muy grande. Y yo cada día me hundía más”.
Mientras Paula, que se arañaba por salir para ser, por fin, feliz vivía una doble vida en un segundo apartamento, un sitio seguro donde ser ella, siempre con el amor como principal aliciente para seguir. “Me he enamorado muchas veces. Desde que tenía siete años. Para poder seguir mi vida medianamente, soportable, yo tenía que tener una ilusión y la ilusión solamente te la da el amor”.
Tenía un segundo apartamento. Había sábados que me vestía de mujer y salía por sitios donde no me pudieran reconocer, como Cádiz. Lo femenino siempre estuvo muy latente en mi vida. Recuerdo que cuando mi madre se iba a comprar, yo me ponía sus zapatos y su ropa. Mis padres me vieron hacer muchas cosas. Por eso me gané más de una paliza, supongo que mi padre tenía la mosca detrás de la oreja. Si llevaba a casa a algún amigo, siempre había doble intención en sus preguntas. Mi madre, hacía lo que decía mi padre. Mira si estaba presente que a mi mujer, la vestía yo. Trasladé en ella todo lo que yo no podía”.
"Un claustro" que llegó a su fin a los 46 años. Momento en el que, tras cuatro años de hormonación, se sometió a la resignación de sexo. “Ahí sí que sentí la verdadera felicidad en la tierra, era yo”. Así volvió a nacer, Paula. “Fue muy feliz, cuando me vi operada. Cuando me dijeron que ya estaba todo, que tenía mi vagina, descanse. Literalmente, dos días seguidos. La operación no obtuvo los resultados que debía. Tenía problemas de penetración. Imagínate si estoy segura de la mujer que soy, que quería ser la mujer que soy, entera, que hace cuatro meses volví a operarme por segunda vez los genitales”, explica.
Una dicotomía que por fin llegó a su fin. “Soy mujer porque así ha venido en mis genes. Que culpa tengo yo de haber nacido niño. Cuerpo de niño, mente de mujer. Es como una radio que intentas sintonizar y no le encuentras el punto”.
Un proceso que no fue para nada fácil ni a nivel físico ni personal. “Todo fue muy traumático pero se resolvió con normalidad. Con diálogo. Nos dieron la nulidad matrimonial de la Iglesia por la edad que teníamos los dos; nuestros padres falsearon los papeles. Ella tan solo tenía 13 años cuando nos casamos”.
A los que todavía se preguntan cómo un niño va a saber un niño que su sexo y su género no coincide, Paula responde de forma contundente: “Nosotros sabemos desde que nacemos si somos niños o niñas, quienes no lo saben son los demás, son ellos los que nos confunden. Los niños siempre hacemos caso a nuestros padres, y por ahí empezamos a ser infelices. Que persona va a querer ser lo que no es. Es de lógica. ¿O ahora voy a ser un caballo? Nos dejamos llevar por nuestros padres que son los que nos educan”.
Para Paula fue clave tener referentes, en los que verse reflejada. “Una francesa, Coccinelle”; la mujer transexual que desafió a Franco. Aunque deja claro, "nadie hace algo porque lo haga otro, ni por incitación. Ser trans no es contagioso".
“Para mí hay tres fases. Está la infancia, donde te traumatizan por todo, la juventud para equivocarnos y luego tenemos una madurez para rectificar”. Rectificar como hizo su padre, un orgullo que a día de hoy todavía le emociona. “Junto a mi madre, fue a la primera persona que se lo conté. Me senté a los pies de la cama on 21 años. Ellos me escucharon, pero no pensaron en mí. No querían que me separase. Eso cambió cuando vio que ya era Paula. Se le olvidó el nombre de Javier y todo. Mi hija, mi hija, decía. Tras la operación, él fue el quien me cuidó. Ahora que miro atrás, creo que actuó conmigo así porque pensó que podía pasarlo mal. Y eso es un error. Hay que dejar que los niños y niñas desarrollen su personalidad, advirtiendo donde está lo malo y lo bueno. Son errores que todavía se están cometiendo por eso es necesario dar visibilidad”.
Tras su reasignación de sexo, Paula se vistió de blanco. Se casó con un hombre, que falleció hace tres años. “Me he realizado. La verdad nos hace libres”. Y es que la vida “no es un coser y cantar, pero tarde o temprano todo se pone en su sitio. La vida no le ahorra asperezas a nadie, es un tributo que tenemos que pagar. Pero por suerte, dentro de pongamos 40 años será maravilloso, no existirá distinción ni etiquetas”.
Hoy, mira la vista atrás, recordando "terribles" experiencias que nunca debió vivir. "Fui violada con 7 años por un hermano de mi madre. Aprendí a callarme, porque de haber hablado se hubiera montado un buen estropicio. Aprendemos en la vida a llorar en silencio, sin lágrimas y aspavientos". No fue la única experiencia que nunca debió vivir: "Los papás de mis amiguitos me hacían cosas". Cosas que, dice, "ya no tienen solución" aunque contando su historia cree fielmente que "se contribuye a que todo mejore".