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Lo que queda del día

Un adjetivo cargado por el diablo

Lo que nace con la buena voluntad de intervenir en tres espacios de Arcos para hacerla “más amable”, confronta con la realidad de un casco antiguo habitado

Publicado: 05/11/2022 ·
18:03
· Actualizado: 09/11/2022 · 09:22

Recreación virtual del rediseño de la plaza del Cabildo

Recreación virtual del rediseño de la plaza del Cabildo

Recreación virtual del rediseño de la plaza del Cabildo

Recreación virtual del rediseño de la plaza del Cabildo

Autor

Abraham Ceballos

Abraham Ceballos es director de Viva Jerez y coordinador de 7 Televisión Jerez. Periodista y crítico de cine

Lo que queda del día

Un repaso a 'los restos del día', todo aquello que nos pasa, nos seduce o nos afecta, de la política al fútbol, del cine a la música

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Hay adjetivos que parecen cargados por el diablo. Ocurre, por ejemplo, con el que aparece en el nombre de un proyecto: “Arcos, ciudad amable”. De momento no ha hecho más que enfurecer a los vecinos del casco antiguo de la ciudad, que no parecen dispuestos a soportar que un adjetivo les arruine la existencia. Porque lo que nace con la buena voluntad de intervenir en tres espacios públicos de la ciudad para hacerla “más accesible y agradable”, confronta con la propia e inevitable realidad de un conjunto monumental habitado -con vecindario propio- y que solo cuenta con una vía principal de acceso. Dos detalles que lo convierten en un espécimen de difícil equiparación a otras imaginativas experiencias que sí han podido desarrollarse con éxito en ciudades de similar o notable pasado histórico y patrimonial.

El proyecto, auspiciado por el Ayuntamiento y la Junta de Andalucía, cuenta con un presupuesto de 1,2 millones de euros que se va a destinar a la construcción de un punto de recepción turística en el Paseo de Andalucía, la peatonalización de la calle Corredera y la transformación de la emblemática Plaza del Cabildo, que es donde se concentra la principal controversia en torno a la ciudad “amable”.

En principio no debiera ser tal, puesto que persigue la eliminación del aparcamiento en superficie en toda la plaza, que ha sido una máxima aspiración de cuantos gobiernos se han sucedido en la ciudad de la Peña en los últimos 30 años. Sin embargo, antes de eliminar la única gran bolsa de aparcamientos del casco antiguo es preciso ofrecer una alternativa. El Ayuntamiento la tiene, pero ya va tarde con la adecuación de la finca elegida y su ubicación tampoco parece la más idónea, a tenor de las impresiones de los vecinos.

Aunque peor que la ubicación del aparcamiento es el diseño de la Plaza, que romperá con la estética tradicional del balcón en busca de un escenario más diáfano y ¿modernista? -aquí los adjetivos también parecen empeñados en poner a prueba la paciencia: para gustos los colores, pero tampoco hay que ser un entendido en arte ni experto urbanista para llegar a conclusiones coincidentes acerca de la escasa idoneidad de lo que la realidad virtual enmarcaba frente a un atardecer ideal, como si bastara con eso para remover corazones y conciencias; algo que el rediseño posterior corrige en el caso de la preservación del arco del balcón-.

Esta semana, un centenar de vecinos se han plantado con sus maletas en la Cuesta de Belén para escenificar lo que entienden es una invitación a dejar un barrio en el que tendrán muy difícil llevar su vida habitual, salvo que se conviertan en turistas o renieguen del propio automóvil. Y, claro, uno se pregunta qué necesidad tiene el alcalde Isidoro Gambín de embarcarse en este conflicto a medio año de unas elecciones municipales y siendo el principal representante de un partido -el PSOE- que durante años ha sido el defensor y garante de la protección del casco histórico y, en especial, de la Plaza del Cabildo, donde evitó la construcción de un aparcamiento subterráneo de impredecibles consecuencias.

Al comprobar que sigue adelante con la idea -pese al rechazo vecinal y la evidente falta de consenso- me he acordado de la célebre frase pronunciada por el entonces presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, en mitad de la gran crisis económica iniciada en 2008: “Sabemos lo que hay que hacer, pero no sabemos cómo ser reelegidos después de hacerlo”. A su clarividente sentencia se la conoce como “la maldición de Juncker”, y pesa ahora mismo sobre el alcalde de Arcos como empujado por las circunstancias, o lo que es lo mismo, sin necesidad, y ajeno a aquel consejo que dieron a otro alcalde de la provincia al día siguiente de ser elegido: “Si quieres seguir en el cargo dentro de cuatro años, no hagas nada que te vayan a criticar”.

Algo ha tenido que ver que siguen sin percibir los demás, con lo cual, o no se ha explicado bien o no ha sabido trasladar los beneficios a medio y largo plazo de un proyecto que ahora defiende sin excesivo éxito. No conozco al Gambín visionario, pero sí al alcalde prudente que ahora confía en el poder de un adjetivo -amable- que apenas disfraza un empeño en contraposición con la auténtica realidad de un barrio entero.

 

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