Casado cae en la trampa

Publicado: 17/09/2020
Autor

Daniel Barea

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El debate no era si había que moderar el discurso o no, sino si había que regenerar el partido o no. El líder del PP ha perdido tanto en uno como en otro
Pablo Casado pudo regenerar el PP y no lo hizo. Tras derrotar al aparato en el congreso nacional gracias al apoyo de las bases del partido, se entregó a la vieja guardia, a la que había vencido, restituyéndole autoridad y legitimidad, cediéndole importantes parcelas de poder, y asumiendo como propias las hipotecas de la más oscura etapa de la formación y sus siniestros protagonistas. Quizá lo hizo para garantizarse una presidencia pacífica, convencido de que podría controlarlos. Pero su bisoñez le ha acabado pasando factura y en ningún caso es atenuante o le justifica; es su responsabilidad exclusiva. Hoy, aunque trate de escabullirse poniendo distancia entre el marianismo y Ávila, la operación Kitchen y la trama de espionaje y corrupción las pagará él.

Durante todo este tiempo ha permitido que la estructura organizada en torno a la antigua dirección del partido, con elementos cómodamente instalados en los despachos de Génova, ejecutivas regionales, direcciones provinciales y agrupaciones locales, haya cuestionado su liderazgo abiertamente. Y ha caído en las trampas que le han tendido una y otra vez. La principal de todas ellas es el falso debate sobre el discurso moderado del PP. El marianismo ha cargado las tintas en este aspecto aprovechando un incomprensible complejo de culpabilidad de Casado por ser y representar a un partido de derechas, cuando precisamente el PP ha cosechado históricamente los mejores resultados con un discurso de derecha. Rajoy también accedió al Gobierno con un programa en esta línea. Luego Soraya Sáenz de Santamaría lo convirtió en papel mojado liderando una corriente de tecnócratas (con entusiastas y referentes que, en muchos casos, no han cotizado un solo día en la Seguridad Social al margen del partido..., já) que querían convertir la formación en una sucursal bancaria.

Recientemente, los marianistas se han cobrado la cabeza de Cayetana Álvarez de Toledo en la supuesta batalla contra el radicalismo. Pero lo que incomodaba de Álvarez de Toledo no era su verbo ni las formas, sino su integridad moral y la defensa firme e innegociable de la regeneración del PP.

¿Ha pasado el tiempo político de Pablo Casado? Probablemente. La operación Kitchen termina por destruir la credibilidad del PP, cuestionada por Gürtel y el papel relevante de diputados con escaño en el Congreso y en los parlamentos regionales, cargos públicos con responsabilidad de gobierno y hasta concejales que se agarran al acta contra viento y marea, siempre bajo sospecha y herederos del marianismo.

Lo que venga después de Casado solo puede llevar el sello marianista porque son los únicos que se están quedando en las sedes. Los afiliados que tradicionalmente se han identificado con las siglas huyen a otras opciones o deciden quedarse en casa por una cuestión de decencia política: cada vez que piden el voto, acaban defendiendo la honorabilidad de parte de sus dirigentes que no deberían seguir ahí.

Esa tropa convierte a Pedro Sánchez en una especie de santo al que solo se le conoce el plagio de su tesis y su gusto por la buena vida que le permite el cargo. Y, sí, demos gracias a Dios, podría gobernar cualquiera de estos moderados.

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