Atravesamos uno de los momentos más críticos de la historia de España. El impacto de la dichosa pandemia (aún no sé si “covid” es masculino o femenino), nos tiene a todos postrados en el dolor o, al menos en un estado de inquietud, incertidumbre y temor, que se acrecienta día a día y cuyo futuro no podemos advertir, ni tampoco atisbar qué medidas son las verdaderamente eficaces para sentirnos razonablemente tranquilos.
Aunque la situación afecta a casi todo el mundo, no cabe duda que España es uno de los países que peor ha gestionado su combate y nos sorprenden con informaciones truculentas, mentiras inconcebibles y un único procedimiento al que todas las administraciones se suman ciega e irreflexivamente, el confinamiento y la limitaciones de libertades, algunas difíciles de entender.
Se une a ello el desastre económico que ya padecíamos y que el fenómeno ha incrementado de forma inimaginable. La crisis sanitaria ha abolido miles de sueños, de manera especial en jóvenes empresarios y licenciados, que se encuentran con un futuro vacío, en el que se han sumergido miles de familias, a las que no les ha llegado las ayudas prometidas desde el primer decreto ley que así lo prometía. Lo cierto es que de esto hace ya medio año, la situación empeora por días y los sanitarios no saben a ciencia cierta cuál es la verdadera dimensión del problema ni siquiera su naturaleza.
Políticamente se ha utilizado como mejor instrumento la declaración de estado de alarma, primeramente, para ir parcheando luego las situaciones tal como surgen en una realidad insostenible para todos.
Sorprende que mientras esta tragedia se cierne sobre España, el gobierno de coalición socio comunista se dedique preferentemente a otras cosas que, poco a poco va introduciendo subrepticiamente en nuestro sistema político y que pretenden cambiar el Estado en sus propios cimientos hasta abolirlo. La derecha, que parece perder músculo progresivamente, se ve imposibilitada de enfrentarse a esta marea destructiva, mientras España parece caminar inexorable y lánguidamente hacia un retrato del chavismo, contra el que nadie se alza pese al nefasto ejemplo del país origen de este cambio desolador.
El Ejecutivo quiere apoderarse de los demás poderes del Estado y no tiene inconveniente en alinearse con enemigos de la unidad de España o favorecer a terrorista con tal de contar siempre con su empuje. La última andanada ha sido el intento de destrucción de la independencia del Poder Judicial, la última trinchera de las libertades y defensa de los derechos. Si lo consiguieran quedaría España sumida en una catástrofe letal, cercana a la barbarie sudaméricana e irremisiblemente lejos de Europa.
