El ejemplo animal

Publicado: 24/03/2024
Autor

José Chamorro López

José Chamorro López es un médico especialista en Medicina Interna radicado en San Fernando

Desde la Bahía

El blog Desde la Bahía trata todo tipo de temas de actualidad desde una óptica humanista

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El ladrido de los perros es un bálsamo al lado de los tóxicos oprobios que se emiten
A veces pienso y lo he comentado más o menos formalmente en alguna ocasión, que si volviera a nacer mi mayor deseo sería ser analfabeto, vivir aislado como pastor de ovejas, con mi asiento de piedra y mi sombra de roble, el cariño rudo y noble de los que me dieron el ser y me educaron, el amor primitivo de dulce sonrisa no aprendida, ni fingida, sino sobria y suave como la brisa de la mañana de una mujer sin maquillajes externos, ni internos, en un hogar con amplias ventanas y puertas sin cerrojos, con aires de concordia, aroma de guisos de montaña y sentimientos de primitiva espiritualidad.

Me ha gustado siempre la idea de emular a nuestro satélite la luna, que es capaz de no ocultar su lado oscuro y pasar de menguante a creciente, sin creerse que es luna llena de modo definitivo. Por eso es musa, más que adlátere para los poetas y no conoce la soberbia.

He visto como arbustos e hierbas crecían sin menoscabo o represión de su libertad entre eucaliptos y he observado como estos, por más que le podaran, su integridad en el obrar les hacía cubrirse de ramas nuevamente en primavera, esperando la llegada de las tórtolas que en una especie de emigración turística llegaban a sus copas soñando con la bonanza de un elevado refugio. Aprendí mejor lo que significa la palabra “responsabilidad” con ellos, que en las aulas de la vida humana donde la dignidad se ha diluido en el turbio líquido de la corrupción.

Ahora que las palomas comienzan a excluirse de calles y plazas, recuerdo que de joven tuve franca afición por aquellas de extensos buches y sobrio volar que jamás se posaban en otro lugar que no fuera el espacio de su propio palomar. Si una pareja quería vivir con ellos, tenía que venir a posarse en sus dominios, por eso le llamaban “palomos ladrones”. La defensa en lo que se cree, en su proyecto de vida, de aquellas palomas me daba una clara lección de lealtad que no he olvidado nunca.  Vi la turbación que en el ánimo de mi “perrita” ocasionó la falta cometida al hacer “sus necesidades” enmedio del cuarto de estar, cuando ya estaba aleccionada del lugar en que debía defecar. Creí con todo convencimiento que se había dado cuenta de lo humillante de su acción cometida. Su vergüenza hizo aumentar mi cariño hacia ella y recordar como los insultos en la actualidad sobrepasan en hedor a los excrementos, siendo fieles testigos de la desvergüenza que soportamos. El ladrido de los perros es un bálsamo al lado de los tóxicos oprobios que se emiten.

Entre el cuadrúpedo que daba vueltas a la noria que extraía agua del manantial para riego de las tierras y el caballo que da vueltas a un recinto ferial, arrastrando un carruaje engalanado, la diferencia no está en la libertad que ninguno de los dos tiene, sino en el falso cariño que a este último le ofrecen  las cursis frases sobre su elegancia y los adornos, sin ánima, que le colocan para hacerles creer que viven libres. Un pueblo como el nuestro que ha vivido regímenes muy diferentes sabe que el poder o te tapa los ojos y no te deja salir del círculo por el marcado, o te deja lucir la simbólica pancarta por calles y plazas, siempre que los gráficos o pinturas en ella expuestos sean los que sus decretos/leyes indiquen. La adulación es decirnos que el poder emana del pueblo. El adorno floreado, que somos libres. Pero el destino de la flor es, siempre, marchitarse.

Siempre vamos a contracorriente. Los circos de animales han desaparecido. Los debates circenses alcanzan un auge excepcional. Gracias a los primeros pude estar cerca de unos elefantes. Se dice de ellos que tienen una excelente capacidad cognitiva y de memoria, función cerebral esta última muy desarrollada. Recordar el rostro de sus familiares o reconocer cien sonidos diferentes es fácil y admirable en ellos, pero de igual forma la agudeza de su memoria los lleva a no olvidar a quien le hizo daño. En este sentido se podría decir que son justicieros o rencorosos. La memoria humana es más voluble que los tallos del lúpulo, además, como ellos, suelta y agarra sus puntos de inserción sin que se le mude el color de su rostro. Habría que recordar a Guifré de Pilos (siglo IX), a las Cortes de Tarragona (14-12-1319), a 1492 cuando España se convierte en Reino, a la bandera de Santa Eulalia y a las proclamas de Rafael Casanova. Conoceríamos mejor la relación inicial entre los reinos de Castilla y Aragón, a los Reyes,   Alfonso I y Jaime II el Justo y a la historia de Cataluña.  Es sólo cuestión de parecernos en algo a los elefantes. También, al adentrarnos en el serio estudio histórico, recordaríamos a quienes intentan hacer daño al Estado más viejo de Europa. El camino se nos ha llenado de profundas oquedades. Hay quien quiere poner una valla política, una barrera que impida el paso hacia la región catalana. No parece un hecho lógico la disgregación en tiempos en que la unificación es una de las fuerzas más activas de un reino. Roza el infantilismo. Pero no nos engañemos, hoy día se aprecia más un sillón presidencial que la historia de un pueblo y Gobierno, bien llamado Frankenstein, une mejor las posaderas a la poltrona del poder  que el que pudiera salir de una mayoría simple. Que razón tenía quien dio el número siete a los pecados capitales. Nos persigue maliciosamente ese número.

Nos daña y posiblemente nos fragmente y no dará como en el catecismo siete virtudes que lo contrarresten, sino una amnistías, que ya es, que por mucho que limpie nunca será un vestido a estrenar y se manchará nuevamente en el sucio taller de las reparaciones políticas, donde está claramente confirmado quien se genuflexa y paga y quien se ríe tras las ganancias obtenidas. Arbusto, paloma, perro, caballo o elefante, cualquiera de ellos me son ejemplares en más de una ocasión. Y Fray Luis de León sigue teniendo razón en aquello de “dichoso el humilde estado/del hombre que se retira de aqueste mundo malvado”. Pero nos une la envidia y el rencor y somos esclavos de esta memoria paquiderma.

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