Salomón muriendo

Publicado: 24/04/2024
Autor

Ana Isabel Espinosa

Ana Isabel Espinosa es escritora y columnista. Premio Unicaja de Periodismo. Premio Barcarola de Relato, de Novela Baltasar Porcel.

Una feminista en la cocina

La autora se define a sí misma en su espacio:

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Hay quién se extraña que pasados los 60 algunos quieran seguir buscando el amor


Hay quién se extraña que pasados los 60 algunos quieran seguir buscando el amor. Me parece más extraño que, a esa edad, no les duelan las ideas o que calcen ilusiones de colegiales. Los sesenta te dan largueza visual de mente, al tiempo que te encogen las ganas de muchas otras cosas que no querrías ni presenciar. Para los que campan por la decena loca de la adolescencia, el amor se ha trastocado en sexo de trastero con apertura basal y muchas prisas. No es tema para publicar en Instagram-¿o sí?-,  pero desde luego parece que sí para soltarlo en las gradas de un campeonato mientras te oye (sin poderlo evitar) una desconocida. La pena es que la desconocida estaba atufada por la desidia y el abandono. Venía rezumada de trastocada, puñalada trapera y vejez prematura, que ni las gónadas ya son gónadas, ni los tíos pretendibles, ni siquiera usables. Sé que no me entenderán, porque a veces yo tampoco (que ya tiene delito), pero a lo que íbamos… El amor en épocas doradas de refugio de pensiones y jubilaciones como sinónimo de compañía, no es lo que nos toca, porque para algunos -que lo rehuimos- la soledad es buena consejera para lamerse bien y degustar de la mejor manera de nuestra propia compañía. Ya no me parecen tan locas esas que se casan consigo mismas (curiosamente siempre  mujeres, nunca hombres). ¿Por qué?, ¿porque somos más románticas o por las películas de Disney que nos machacaban con que el príncipe siempre estaba por venir? Ahora que el virginal muchachito se ha trasformado en nuestra mente y en nuestro cuerpo en un satisfyer modelo imperial, ya nada es igual, ni el satén cruje como satén, ni la virginidad  es otra cosa que algo que quitar de un desgarro certero sobre cualquier arcón congelador del cuarto de atrás de ninguna parte.

El amor a los 60 es utopía sin Moro, porque las arrugas cuentan historias pasadas que nunca podrán ser igualadas, con piernas que no pesaban, ni sufrían celulitis y parpados que no necesitaban fijación porque siempre estaban hirsutos ante cualquier omnisciencia. La jubilación no es más que morir a plazo fijo de la eventualidad más eventual,  porque ya nada queda, sino burro viejo que suelta la carretilla como el de Rebelión en la granja para ir al torcedero de la carne- y la piel- vendidos como restos. No es alegoría de la desesperación -o depresión sentida- lo que les predico, sino ciencia cierta. Si te vas a morir, deberías coger el petate y disfrutar de lo que más te guste -con o sin compañía- porque penar por ella es de necios y quizás casarse con más de 60, una ilusión como las de los castillos de Disney vistos desde lejos, que dan el pego.

Porque desde cerca- ay, con el crujir de rodillas artríticas entre sí- lo veo tan complicado que ni me lo plantearía. Eso, contando que encontrase a alguien que mereciera la pena de oler, escuchar y compartir cervezas sin alcohol y playas sin mares, arrugas sin fin y risas verdaderas que de las otras ya no me quedan. Los sesenta, la jubilación o el ser abuela, no hormona , ni interesa a nadie , porque lleva aparejada la falta de descendencia , la caída libre por el acantilado de las carnes, la obesidad o el desgranarte el cuerpo en dietas o sobresaltos gimnásticos. Por la deriva de los continentes , todo va al mismo caladero de terminar tu vida sin complacencia, exactamente igual que la iniciaste, llorando a mares desconsolado perdido, porque no sabías en qué mierda te habían metido sin tú haberlo consentido, ni pedido la vez para esa afrenta.

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