Hace unos pocos días se cumplieron 40 años del referéndum del primer Estatuto de Andalucía. 40 años ya y parece que fue ayer. No porque el tiempo corra deprisa, sino porque queda tanto por hacer que uno tiene la impresión de que acaba de ser votado.
Ese día nos dotamos de un instrumento político que nos ponía a la altura del resto de nacionalidades históricas del Estado, nos empoderábamos como pueblo y poníamos negro sobre blanco que Andalucía podía y debía tener sus propias instituciones, destinadas a obtener lo que el centralismo nos ha negado desde hace siglos, y, sobre todo, romper con el papel de colonia interior que se nos ha dado.
Pero el paso del tiempo nos ha hecho ver que la tarea, lejos de haberse realizado, está en pañales. Para colmo, los avances que hemos obtenido se encuentran en peligro ante fuerzas reaccionarias que anhelan desandar lo andado, devolver competencias al Estado central y volver a ser lo que fuimos. No en lo que pensaba D. Blas, plasmado en la letra de nuestro himno, sino en lo que siempre se ha querido que seamos: el palmero en la fiesta, la chacha en la casa del médico, el portero del bloque. Nunca el homenajeado, el doctor o el presidente de esta nuestra comunidad.
Seguimos en manos de especuladores, señoritos a caballo y explotadores. Continuamos siendo la franquicia del centralismo, el oleoducto de entrada de riqueza que tal como llega se va hacia otras latitudes, donde se corta el bacalao, y que nos deja caer sus migajas de limosneros para limpiar sus conciencias y regar para recoger su cosecha de votos cada cuatro años, dejándonos en barbecho el resto del tiempo.
Ahí tenemos la Sanidad pública, homenajeada a diario durante los peores días de la pandemia, exprimida hasta la última gota de su aguante físico y psíquico, ahora homenajeada con una estatua de mentiras y deshonra. Mientras con una mano se cortaba una cinta, con la otra se mandaba a la basura más de 8000 contratos, más de 8000 familias que tendrán que hacer malabares para llegar a fin de mes. Del aplauso han pasado al guantazo, del respeto y la admiración a ser tratados como mercancía perecedera, que ha caducado y que ya no es necesaria.
40 años y seguimos en las mismas manos. 40 años y aún es una niña. Menos estatuas y más decencia. Menos homenajes y más Poder Andaluz.