Madrid es mitad azar, mitad asombro. En cada una de sus calles caben la verdad de un ensueño, la certeza de una leyenda, la realidad de un deseo. Quien aquí vive, quien aquí llega, se siente cómplice de una ciudad viva y vívida, intensa de día y gatuna de noche, afable en su atardecer y desnuda en su madrugada. Madrid es una eterna historia de amor, una luna y un sol brillantes, un enigma que deriva en nostalgia, una luz que nunca se rinde.
Y así, envuelta en sus dones, abrigada por la esperanza que sostiene también su grandeza, la han pintado, dibujado fotografiado, esculpido, filmado, cantado …, y por supuesto, escrito y descrito en prosa y verso. “¡Madrid, Madrid; qué bien tu nombre suena!”, dejó escrito Antonio Machado. “A conocer sus grandezas… Para eso hay que ir a Madrid”, sentenció César Vallejo. Y los ecos de estos grandes poetas sirven para decir del hoy,del pretérito y del mañana de esta capital de la ilusión.
La reciente aparición de “Poetas de Madrid” (Demipage), reúne una atractiva muestra de autores que llevaron esta urbe muy adentro.Juan Gracia Armendáriz y Mateo de Paz, responsables de la edición, anotan en su revelador prefacio: “Escritores y artistas, llegados de diferentes puntos del amplio territorio de habla española, se han trasladado a Madrid
en oleadas para conquistarla con sus libros de poemas, obras teatrales, novelas y relatos, como si la península escondiera un tesoro más allá de su arrecife de coral. Esta antología, de hecho, demuestra que la ciudad los atrajo desde puntos muy distantes: Rubén Darío, por ejemplo, nació en Nicaragua; Valle-Inclán en Galicia; Góngora era andaluz; Cervantes, de Alcalá de Henares, a treinta kilómetros de Madrid; tan solo Francisco de Quevedo y Lope de Vega fueron madrileños de pro”. Ambos apuntan que conRubén Darío se quiere representarla población hispanoamericanaque siente y lleva en su voz la misma lengua; con Góngora y Valle- Inclán, la de los periféricos; con Cervantes la del vecino del extrarradio; y con Lope y Quevedo, la de los originarios de pila.
Con estos mimbres, no cabe sino recrearse en una compilación que acerca la espléndida cosecha líricade nuestro bien llamado Siglo de Oro, salpimentado, eso sí, con esencias del modernismo. Los textos aquí recogidos vienen acompañados, además, de una precisa introducción que sitúa al lector enel contexto social, político y literario de la época.
Numerosos son los ejemplos que dan cuenta del excelente quehacer de estos escritores, pero me quedo con tres de ellos. Lope de Vega confiesa en su romance incluido en “La Dorotea”: “A mis soledades voy,/ de mis soledades vengo,/ porque para andar conmigo/ me bastan mis pensamientos./ No seÌ queÌ tiene el aldea/ donde vivo y donde muero,/ que con venir de miÌ mismo,/ no puedo venir más lejos”.
Francisco de Quevedo nos hace saber sobre ese “Amor constante más allá de la muerte”: “Cerrar podrá mis ojos la postrera/ sombra que me llevare el blanco día/ y podrá desatar esta alma mía/ hora, a su afán ansioso lisonjera”.
Y Rubén Darío siente a Leda en sus “Cantos de vida y esperanza”: “Tal es, cuando esponja las plumas de seda,/ olímpico pájaro herido de amor/ y viola en las linfas sonoras a Leda,/ buscando su pico los labios en flor”.
En suma, un bello y muy recomendable florilegio, aderezadocon las plásticas ilustraciones de Daniel Jiménez.