El pasado 9 de abril nos dejó Joaquín Márquez. Nacido en Sevilla en 1934, residió sus tres últimas décadas en Sanlúcar de Barrameda. Con más de veinte poemarios editados, un buen puñado de relevantes galardones -“Boscán”, “AusíasMarch”, “Feria del Libro”, “Ciudad de Barcelona”…- y cuatro novelas -con “El jinete del caballo de copas” obtuvo el premio “Andalucía”- se nos va un escritor de raza, de hondo sentimiento, de acentuada bondad. Y se nos va en este abril de ausencias y de dolor, donde ni tan siquiera ha sido posible otorgarle el merecido y cálido adiós que merecía.
Durante años, seguí con atención su obra lírica. Y al hilo de sus distintos libros fui confirmando la honestidad de un decir que se sostenía sobre un compendio de afiladas cavilaciones vitales. Desde ellas, surgía un mensaje clarificador y humano. La personal forma en que el vate andaluz contemplaba cuanto respiraba en derredor de su alma, cuanto había detrás de la existencia, ocupaba buena parte de la temática que aglutinaron sus textos
Bajo el título de “Trasmallo” (Devenir), vio la luz en 2016 una bella antología que reunía su quehacer desde 1974 hasta 2012. La ventura y la desdicha, el amor y el desconsuelo, lo presente y lo ausente, los soles y las sombras…, eran entonces reveladoras dicotomías que surgían desde la profundidad de su cántico, tal y como apuntaba en su
Epílogo bajo un chaleco de punto: “Ha pasado bastante tiempo, tanto/ como para que aquel eterno amor quedara/ reducido a cenizas./ Y, de pronto, hoy -ya invierno-,/ gracias a tus hermosas y diligentes manos, compruebo que el calor de esa fecha/ sigue intacto en mi vida”.
Dominador de los metros y las formas, dador de un verso apuntalado desde el sincero fluir de sus adentros, su palabra llegaba envuelta en un aroma madurado y evocador: “Lloviendo están sus ojos/ sobre rostros miniados/ y una nube de almendras le repite/ su ritmo/ en majestuoso adagio./ A punto está/ de beberse la última botella/ y acaricia en el vidrio delicado/ la luz/ de unos frágiles hombros”.
Meses atrás, la editorial asturiana ArsPoetica editó una nueva compilación, “Pecios de interior (II Trasmallo)”. En su lúcido prefacio, José Jurado Morales apuntaba quela lírica de Joaquín Márquez “…nace de una voz interior. Él excluye todo racionalismo en la elaboración de unos poemas que no se someten a formalismos y que emergen de un impulso íntimo para dar salida a un sentimiento inefable. El poeta procede por una suerte de inspiración, de dictamen que escapa a los usos y restricciones de la razón, que le hace saber cuándo tiene que escribir”.
Al hilo de la lectura y relectura de este último florilegio, he vuelto a disfrutar de su verdad, de suficción, de sudesasosiego y de su ventura. Y también, claro que sí, de suemotiva creatividad, de su verbo plural, de su mirada libre y abierta.
Con emocionada tristura, he encontrado dentro de su libro, el último correo electrónico que me enviase, y que quise imprimir y guardar: “Espero que muy pronto podamos tomar un café o una copa en ese Arcos que tanto y tan bien recuerdo”.
No pudo ser. Pero esta copa que ahora levanto, va por ti, querido Joaquín, en la compañía eterna de tu amistad y de tu poesía.