Según los últimos datos, la publicidad ya mueve en el mundo 63.000 mil millones de euros anuales. La tecnología de mercado avanza sin pausa y los efectos que, por ende, ha traído el teléfono móvil han disparado el crecimiento. Desde cualquier lugar del mundo, se tiene acceso a todo tipo de necesidades. De ahí, que la tendencia al gasto haya subido de forma espectacular y que la previsiones sean aún mayores.
En su primera acepción, nuestro diccionario de la RAE especifica de manera clara el termino consumismo: “Tendencia inmoderada a adquirir, gastar o consumir bienes, no siempre necesarios”. Por desgracia, esta mala costumbre está llevando a la deshumanización y a la asocialización; o lo que es los mismo, el tener está por encima del ser.
Y, precisamente, desde este desolador escenario,surge “Pausa para anuncios” (El sastre de Apollinaire, 2019) de Ricardo Hernández Bravo (El Paso, Isla de la Palma, 1966).
El poeta pasense -licenciado en Filología Hispánica y profesor de Enseñanza Secundaria-, tiene editados cuatro libros de poemas. En su antología
El aire del origen (1990 -2002) reunió buena parte de su producción. También es autor de dos poemarios en colaboración con pintores y, como narrador, ha publicado “Siete cuentos”.
En esta ocasión, su decir surge como una forma de defensa contra la actual sociedad que procura el bienestar inmediato a la felicidad, la pulsión del instante a la experiencia. En sus versos, asoman la reflexión y el sosiego para enfrentarse a ese ocio vacuo que esconde mucha de la publicidad existente y que nos aleja de la realidad que gira en nuestro derredor.
No en vano, el volumen se abre con una reveladora cita de Óscar Hahn: “Yo soy el aviso comercial de mí mismo/ que anuncia nada a nadie”. A partir de aquí, Hernández Bravo articula su quehacer en torno a cuatro apartados que se suceden con una numeración inversa: “Saturación de los espejos”, “Agua marciana”, “De labios evitados” y “El muerto a caballotas”.
En cada uno de ellos, el autor palmero se sirve de una acentuada ironía y de un tono imperativo que quiere poner su acento en un cívico despertar, lejos de la simbología consumista dominante: “compra lo que no eres/ acrecienta tu ser inflacionario/ acumula/ materia en tu materia hasta sentir/ la concreción del alma en sus estándares”
Un aviso para navegantes, sí, desde el cual hacer entender que lo artificial no debe estar por encima de lo real, ni que el universo virtual donde mujeres y hombres libran su día a día podrá nunca superar la belleza que guardan las bondades de la Madre Naturaleza:
“qué cara se nos queda/ más allá del convulso botoneo/ más allá de la yema/ más adentro/ del roce de la luz del laberinto/ de niveles salvados en el juego/ de este ser lo que pulsas”.
Un poemario, en suma, original por su valentía, liberador por su profundidad, reconocible en este mundo posglobolizado donde la intención comercial y las contradicciones humanas van minando nuestra capacidad de diálogo.Y de certidumbre: “y me desprendo/ en la voz que me busca/ ajeno a mí/ entretenido/ estos minutos/ de ajuste”.