Tres décadas atrás, vio la luz el primer poemario de Rafael Flores Montenegro (1960), “La caracola en el oído”. Entonces, Antonio Martínez Sarrión apuntaba en su prefacio como el nomadismo y el desarraigo se hacían presentes entre los versos del vate argentino, además de una cierta “melancolía de la perdida presentida en que se evocaba a la amada ausente en sus gestos más secretos”.
Tras “El oro de la vida” y “De aquello que pasa y queda”, llega ahora su cuarto volumen, “Con el hueco de la mano hacia arriba” (opera prima, 2019).
Ahora, el
yo se sustenta en una pureza más cierta y dialoga con un universo que interactúa como receptor. En busca de su esencia y, por extensión, de la del ser humano, los poemas vienen signados por una meditativa expresividad, por una suerte de serena contemplación que hacen su mensaje valioso y cómplice: “Algo valiente he sido/ como para `no arrepentirme´./ Aunque tanto amigos perdí/ que ya no sé dónde hallarme./ Gota a gota avanza el día en mi sangre/ y ahora temo llegar tarde./ Temo que el sencillo pan de la infancia,/ que el agua y la luz no sean propicios/ a futuros anhelos”.
El ingenio, la ironía, el énfasis y el sentimiento son las mejores armas de Rafael Flores Montenegro, quien va acercando con lucidez su personal manera de entender la poesía. Su palabra marca y se desmarca, construye y deconstruye, pues en su discurso asoma candente un aroma de sólida libertad que conjuga sabiamente con las horas y los espacios líricos: “Lo que ocurrió no volverá a ocurrir/ se consume en hacer tiempo/ o en vaciar odres de esperanzas (…) Recaeremos en la pregunta/ ¿por qué no estamos juntos? ¿Qué pasó/ con aquel que vivía cerca para siempre?”.
Dividido en siete apartados, “La mirada en el pecho”, “Astillas del mismo árbol”, “Juntas de las manos”, “En algún lugar donde estuvimos”, “Desnudo el corazón”, “El regalo de los otros” y “Saldos de vivir”, el libro va respondiendo despaciosamente a las cuestiones que el poeta se plantea ante sí mismo y ante quienes, en ocasiones, no asumen su condición ni su compromiso. Por eso, su voz clama ante los grandes interrogantes que aún nos conciernen: “¿Cómo no compararse/ con los desheredados de las grandes guerras/ del siglo XX?/ ¿Cómo no ver que el pan/ y el agua que nos sacian,/ el avaro confort que nos devora,/ eran impensables en la oscura noche/ de aquellas víctimas?”.
Los poemas aquí reunidos se acompañan de las notables ilustraciones de Nicolás Picatto, las cuales dotan al conjunto de unamayor uniformidad y sugerencia: “Abrir el libro, frotar la lámpara, para leer en uno solo dos lenguajes en dos universos paralelos”, anota en su epílogo Juan Ahuerma Salazar.
En suma, un poemario de hondas raíces, sustantivo en sus latidos, en el que Rafael Flores Montenegro reafirma su compromiso con la palabra, con la fe balsámicade su solidaridad: “Aquí la pregunta por la noche del alma/ cuajada de estrellas trazadoras de presagios,/ aquí la luna y su esperanza de agua/ como la sonrisa de una mujer”.