La oculta melodía

Publicado: 29/04/2019
Autor

Jorge de Arco

Escritor, profesor universitario y crítico. Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras

Notas de un lector

En el espacio 'Notas de un lector', Jorge de Arco hace reseñas sobre novedades poéticas y narrativas

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Avalado por el premio Generación del 27, ve la luz “Suavemente ribera” (Visor. Madrid, 2019) de Antonio Manilla; el octavo poemario del autor leonés
Avalado por el premio Generación del 27, ve la luz “Suavemente ribera” (Visor. Madrid, 2019) de Antonio Manilla. Es este el octavo poemario del autor leonés, quién refrenda en esta entrega una voz lúcida y personal.

    Cuando en 2016 publicase “Sin tiempo ni añoranza” (premio “Paul Beckett”), escribí que sus versos surgían como una búsqueda constante de sí mismomediante un intimismo comunicativo ajeno a cualquier apunte de superficialidad. De vuelta a su decir, encuentro que buena parte de aquella indagación se ha tornado hallazgo, revelación. Porque el tiempo que entonces se aparecía furtivo, inquietante, traspasa ahora sus restricciones y se convierte en aliado, Claro que dicha alianza es, a veces, resignación, evidencia de una esperanza que no encuentra sino categórica realidad. La misma con la que Antonio Manilla se expresa en su pórtico: “El motivo inmutable/ es la muerte/ -la vida, variaciones/ que un músico improvisa/ sin partitura/ ni cobijo, desentrañando/ nota a nota la oculta melodía./ En el atril del mundo,/ las páginas en blanco de los días,/ las horas fugitivas,/ las inconformes nubes”.

     Dividido en seis apartados, “Suavemente ribera”, “Caminos de la tarde”, “Espacios despoblados”, “Tierra extraña”, “El tambor de la noche” y “Del lado de la aurora” -además de un epílogo-, el volumen camina entre lo espiritual y lo emotivo, entre lo trascendente y lo cotidiano. Y todo ello, tamizado por un verso elástico, muy bien ritmado, que se hace cómplice de la aventura vital de un yo que pretende aprehender lo tangible sin perder de vista la arquitectura de lo perdurable. La semántica del mañana se entremezcla con el itinerario mnémico de sus actos. Yde ahí, surgeuna dualidad que se mantiene como hilo conductor, como permanente tic-tac al filo de lo empírico: “Ahora que sé la solución a cuanto,/ mientras viví,/ fue enigma irresoluble,/ ya no me vale./ A ti, que estás al otro lado/ -y acaso mi experiencia te sirva de consejo-,/ yo nada más te digo:/ no te resistas, déjate arrastrar sin oposición,/ disfruta mientras seas/ una hoja en la corriente de la vida”.

Desde la consciencia plena del mundo que gira junto a su conciencia, Antonio Manilla se identifica de manera progresiva con los elementos naturales que lo cercan. Y así, la dimensión de cuanto contempla abraza espacios y elementos definibles, concretizados por una materia capaz de palpar y palpitar. Un nido de zarceros, carpas que sestean, mariposas detenidas, renacidos diluvios, una paloma solitaria, la luz de un río, los tensos chopos, el sol sobre las peñas, una fuente, un jilguero…, se conjugan en una suerte de luminoso caleidoscopio. Porque “este pasar y estar al mismo tiempo” es                -también- señal de lo efímero de la felicidad, de la niebla que convoca el olvido, del valor de un solo instante vivido a corazón abierto.

Sabedor de que la finitud del ser humano late cada vez más aprisa, el poeta leonés aviva sin aspavientos su tránsito por esta existencia y frente a la serena crudeza de su condición escribe con templanza la verdad de su verbo y de nuestra mudanza: “Sin prisas ni demoras,/ vivir es ir hacia la muerte andando”.

 

 

 

 

 

 

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