La vida cada vez cuesta más disgustos a nuestras carteras. La filosofía del disfrute estival se puede camuflar, aunque no tapar del todo, los efectos de la
inflación. Se sale a comer, pero se anda con cuidado evitando cuentas no deseadas. La subida de precios también se notan en primera línea de playa. Los
chiringuitos de Málaga están sufriendo este efecto dominó: el producto que ellos venden cuesta más, y los clientes gastan menos.
En el Chiringuito María, en la playa de la Misericordia, han tenido que
subir ligeramente el precio de la carta. “Los productos han subido mucho. Tenemos que comprar de todo, pero hay pescados que están carísimos. El lenguado, la lubina...”, explica su dueño, Juan, que asegura que junio fue “buenecito” y julio “ha sido más flojo”.
Coincide con él Lucas, del Chiringuito que lleva su nombre y que lleva funcionando desde 1944 en Málaga. Tres generaciones han trabajado en este lugar que ahora da hasta desayunos para hacer algo más de caja. “Para nosotros el mes de julio siempre era de más calidad que agosto. En agosto hay más afluencia de público, pero de menos calidad.
Este mes de julio, la primera quincena ha sido malísima. Fatal. Sobre todo, por las noches”, relata este empresario malagueño.
Sus dos espeteros, que llevan desde temprano enfilando sardinas, se unen a ese lema tan popular cuando vienen tiempos de apretarse el cinturón: “La cosa está muy mala y cada vez peor”.
Gente ahorradora
Cuando antes se pedían tres platos, ahora se piden
medias raciones. Aunque un buen espeto de sardina no perdona, sí que han notado en el sector que los que vienen a comer miran más con lupa los precios. No queda otra que sacar la calculadora.
“No hemos llegado a subir los precios, pero aún así la gente teme que hayan subido”, cuenta el espetero del chiringuito Escribano. Clientes no faltan porque el verano en Málaga no existe si no es con ambiente en sus paseos marítimos. La afluencia no es el problema, precisamente.
“Sí viene mucha gente, pero no era como antes de la pandemia, que venían a hincharse de comer sin preguntar. El turismo lo veo un poco pobre”, expresa.
A Juan, del Chiringuito María, le suena el teléfono cada cinco minutos. Tiene que atender muchas cada día porque las reservas no paran. “Gente no falta, tiene que esperar hasta dos turnos. Algunos se cansan de esperar, otros no”, asegura.
“Se nota que hay ambiente, pero el gasto de los clientes es muy recortado. El coste de la vida está muy caro y nos afecta mucho a los hosteleros”, analiza Lucas, que lleva décadas en esto. Al sector de los merenderos no se ha quedado otra opción que
subir los precios de la carta.
“Hemos subido lo mínimo, en algunas cosas cincuenta céntimos, un euro... Los impuestos nos matan, los costes de las bebidas y la materia prima sube una barbaridad y eso no compensa lo que nosotros hayamos subido en el negocio”, explica Lucas. El calamar espetado o las patas de pulpo son los otros majares estrella, solo por detrás de las sardinas, pero cada vez menos malagueños, nacionales y hasta extranjeros pueden permitírselo.