La segunda ola de la pandemia está azotando más fuerte que nunca a Jerez, marcando nuevos máximos en contagios que el pasado viernes situaban la incidencia en 760 por cada 100.000 habitantes. El registro de casos activos ya ha sobrepasado también otra barrera, la de los 3.000, mientras los esfuerzos se centran en que el número de personas que vayan superando el coronavirus se dispare y doblegue la curva. Hasta ahora son 1.557 personas en Jerez las que lo han conseguido. Un balance que esconde 1.557 historias de superación y esperanzadoras como la de Diego Jiménez, un vecino de Jerez de 84 años que desde hace una semana ya se encuentra en casa con los suyos tras vencer al Covid después de seis días ingresado en el Hospital de Jerez, al que llegó en una ambulancia “casi arrastrándose. Iba muy mal”, explica su hija Salvadora a este periódico.
Todo empezó una semana antes, cuando Diego y su mujer Pilar, de 80 años, se resfriaron. Al principio pensaron que no sería más que un catarro, pero desgraciadamente no fue así; el Covid había entrado por las puertas de su casa. El matrimonio vive con el menor de sus 13 hijos, y Salvadora, de 54 años, divorciada y con un hijo, que para proteger a sus padres decidió aislarse en casa de una amiga a la espera de que se hicieran los PCR. Ella, que empezó a temerse lo peor cuando preparaba un puchero y no olía la hierbabuena, su padre y su madre dieron positivo, pero su hijo y su hermano esquivaron al virus. No saben exactamente cómo se contagiaron, aunque al ser una familia muy numerosa también estaban mentalizados de que algún día les podría tocar. En ese momento, lo que más les preocupaba era que sus padres lo pasaran en casa de la forma más leve posible. Fue el caso de su madre, que pese a su delicado historial, con cuatro stent en el corazón y operada de cáncer, “quería aguantar para no colapsar el hospital”. Y lo consiguió. “Ella es un toro bravo, ha aguantado como una señora en su casa, con vómitos, diarreas...pero ha pasado el Covid”, explica Salvadora, que no tiene palabras para agradecer la preocupación de los sanitarios, que a diario llamaban a su casa para ver cómo evolucionaba.
En el caso de su padre, la situación se le complicó porque empezó con un cuadro de fiebre que no se le bajaba. Los médicos aconsejaron finalmente su ingreso y una ambulancia se lo llevó muy mal. Tenía neumonía. “Los dos primeros días no contaban con él”, señala Salvadora, que se ha convertido en la mejor medicina para que su progenitor tirara para adelante al confinarse con él en su habitación de la quinta planta Covid en la que ha estado ingresado. Su nombre hace justicia a este relato con final feliz, pues después de muchas llamadas y de mucha insistencia con los médicos, consiguieron que le permitieran aislarse con su padre y ejercer de cuidadora, dado que Diego tiene serios problemas de audición y de vista. Ella también se había contagiado y temía, como sus hermanos, que su padre al verse solo dejara morir dado que pese a sus limitaciones es una persona “del campo, muy fuerte y muy activa”.
Finalmente, sólo dos días después de la llegada de su progenitor al hospital, pudo abrazarlo y reencontrarse con él. No la reconoció hasta que ella no le dio sus gafas. “Cuando me fui para él, me preguntó quién era y por qué no tenía el traje blanco. Papá soy yo. ¡Ay, mi Salvadora, ay mi niña! ¿Tú te vas a quedar aquí hasta que yo me cure”, le dijo Diego llorando mientras los dos se abrazaban emocionados. Me quedo contigo y de aquí vamos a salir los dos”, le contestó ella. Y así fue. Lo primero que hizo fue quitarle las barandillas de seguridad de la cama y ayudar a su padre a bajar. Lo primero que hizo fue ir a quitarse el pañal al baño. “Me decía que que él no quería eso, que nunca lo había usado y pretendía seguir yendo al baño solo”. Hasta ese día su padre estaba en la cama con una barrera de seguridad y vigilado por las cámaras. Una situación que su hija comprendía. “Él está sordo y casi no ve bien, se puede caer y se puede hacer daño. En mi casa sí va solo al baño, pero sabe moverse por allí. No es lo mismo y hay una persona con él siempre. En el hospital están desbordados y no pueden estar entrando y saliendo con un EPI para llevarlos al baño. Falta personal”.
De hecho, cuenta que en alguna ocasión, la enfermera tuvo que ponerse el EPI a toda prisa y entrar en la habitación al ver que Diego se había ido de la cama. Salvadora se emociona al hablar de la humanidad del personal. “Vaya cortesía y paciencia, y vaya unión todos los compañeros -desde la médico, la auxiliar hasta a la limpiadora. Una de ellas hasta ha llorado con mi hermano, que llamaba a todas horas para preguntar, cuando le decía que mi padre se estaba recuperando y que estaba respondiendo muy bien al tratamiento”.
Salió gritando ”viva mi vida”
Pero no todo fue un camino de rosas, puesto que además de los dos primeros días malos de Diego, nada más entrar Salvadora también amaneció regular y tuvieron que cambiarles a una habitación con dos camas. “Le di el susto a mi padre, pero me recuperé pronto”. Hace una semana que están en casa, y a ninguno se le olvida cómo fue abandonar el hospital. “Salió eufórico, gritando, viva mi vida, viva España, y diciéndoles a todas las enfermeras que eran muy guapas. Era gracioso porque con el EPI nunca les vio la cara. No estaba previsto pero casi le hicieron un pasillo. Está feliz y con más ganas de vivir que nunca. Estoy yo ahora peor que él de haberlo estado levantando estos días en el hospital. Es un hombre bravo, alambrista de campo, que ha tenido en el hospital y en casa unos cuidadores diez. Gracias a Dios ha salido bien”.