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Jueves 25/04/2024  
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Jerez

“Va a ser muy duro entrar en casa y no poder ver a mi padre”

El coronavirus acabó con la vida del padre de Rocío, una jerezana que vive en Madrid. La suya es la historia más dura de los cuatro reencuentros que contamos

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  • Alejandro, que vive en Madrid, abraza a sus padres después de más de cinco meses sin verlos. -

La última vez que Rocío Gago estuvo en Jerez fue el domingo 8 de marzo, justamente el fin de semana anterior a la declaración del estado de alarma. Casada con un madrileño y madre de un niño pequeño, esta jerezana vive en la capital desde hace 13 años. Precisamente, fue el pequeño Mauro la razón por la que su madre se desplazó a Madrid un par de semanas antes para estar con ella en casa y pasar más tiempo con su nieto. Viajó en tren y a los pocos días de llegar comenzó a sentirse mal. “Hubo un día en el que se encontraba fatal, floja, no se podía mover, con mareos, pero no tenía fiebre”, relata a Viva Jerez.  En ese momento, no se les pasó por la cabeza la posibilidad de que estuviera contagiada de coronavirus, pero ahora Rocío cree que lo cogió durante el viaje de ida, dado que, una vez en Madrid, “no salió prácticamente nada, porque estaba conmigo y con mi hijo”.

Achacaron todo al cansancio “porque mi hijo se levanta todos los días a las seis y ella quería aprovechar para estar todo el día con su nieto”, pero aunque con el paso de los días se fue recuperando, no terminaba de estar bien del todo. Los tres, ella, su madre y el pequeño, viajaron a Jerez el 4 de marzo. Lo habían cuadrado todo. Rocío iba a pasar un fin de semana con sus amigas en Sevilla y quería llegar unos días antes para que su padre estuviera con Mauro. Esos fueron los últimos que lo vio con vida. Su progenitor, el conocido hostelero jerezano Juan Gago, fallecía un mes después, el pasado 9 de abril, víctima del coronavirus, tras varias semanas ingresado en la UCI del Hospital de Jerez. Ese viernes antes de irse a Sevilla, su hija llamó al 112, pero no por su padre, él estaba bien, sino por su madre.

“La veía más o menos bien, pero el viernes cuando se despertó por la mañana tenía fiebre muy alta y ya se empezaba a hablar del coronavirus; había casos, aunque la cosa no se había puesto seria. Me preguntaron que si había estado en China, en Italia o en contacto con alguien que tuviera el virus. Les dije que no, que había estado en Madrid, y me indicaron que se tomara una pastilla y se metiera en la cama”, explica a este periódico. Rocío estuvo todo el fin de semana en Sevilla con mal cuerpo, pensaba que su madre le había pegado la gripe o el resfriado que tenía. No tenía congestión, pero se encontraba muy cansada.

Ese domingo, una vez que regresó de Sevilla, ella, su marido, que había llegado dos días más tarde, y su hijo se volvieron a Madrid. Lo que no podrían imaginarse era que no iban a poder regresar hasta más de tres meses después y que este domingo sólo iba poder a abrazar a su madre y a su hermano.

A la nada de llegar a la capital, todo se complicó. Rocío empezó con los síntomas del Covid-19, como diarreas y pérdida del sentido del gusto y del olfato, pero no pasó de ahí. Su madre empeoró y seguía con fiebre. “Se hizo analítica y una radiografía, porque tenía fiebre alta, pero el médico (por lo privado) le dijo que no tenía neumonía y que no era coronavirus”. 

Pasaron los días, y esta vez fue su padre el que enfermó. “Llamaron al médico pero como no tenía fiebre le decían que se quedara en casa, que no era el virus, hasta que una madrugada se despertó diciendo que se moría, con una presión en el pecho y en el estómago”. Les costó que lo trasladaran al hospital, querían mandar un médico a casa, pero se negaron. La ambulancia “llegó una hora después” y a partir de ahí ya nadie volvió a verlo.“Lo tuvieron dos días en la planta de infecciosos, incomunicado; sólo podíamos contactar con él a través de su móvil personal”. Fue su propio padre el que les dijo por teléfono que estaba muy mal, y que no le llamaran más”.

Esa es su queja con el Hospital de Jerez, mientras que para la UCI todo son palabras de agradecimiento. “Ahí -por la UCI-  todo cambió. Pero esos dos días que estuvo en planta, nadie  nos llamó para decirnos cómo estaba mi padre. Estuvo esas 48 horas sin oxígeno, ni gotero. Llamé por teléfono al hospital para poder hablar con un médico y que me informaran, y me dijo que le diera el número de habitación de mi padre para pasarme. No lo sabíamos y nos decía que habían informado a la familia. Les insistí en que eso no podía ser, que éramos cuatro, y ni a mi madre, ni a mi hermano, ni a mí nos habían llamado. Sólo supimos de mi padre por sus llamadas desde su móvil”, advierte.

Transcurrido ese tiempo, fue su padre el que llamó a su madre, que estaba en casa y había dado positivo, para decirle que le pasaban a la UCI. Una vez allí, también le llamaron desde esta unidad para explicarle que lo habían sedado y que estaba muy grave. “Nos llamaban todos los días, nos hacían videollamadas, pero yo no lo vi nunca porque no lo quise recordar así. Esos veintitantos días siempre estuvo muy grave, los médicos hicieron todo lo posible hasta el final”, detalla.

Nunca remontó. Moría el 9 de abril a los 74 años. Juan gozaba de buena salud, pero no pudo soportar la neumonía que le provocó el virus y las complicaciones posteriores. Este domingo han salido casi de madrugada de Madrid para comer con la familia, pero Rocío tenía sentimientos contrapuestos. “Tengo ganas de llegar, pero sé que va a ser muy duro cuando entre por la casa y vea que él no va a estar donde estaba siempre. Era el  que nos hacía la cena y la comida; no me imagino ir a casa de mis padres y no verle más. Es una sensación que no te crees todavía. Yo sigo en mi casa, no he visto a la gente llorando, no he ido a un entierro. Sé que mi padre no está, pero yo he seguido aquí (en Madrid) con mi vida”.

Eso sí, la impotencia, el dolor y la frustración han convivido con ella durante el confinamiento, durante el que la única luz ha sido Mauro, la misma que ahora le va a dar un chute de energía a su abuela. “Ella está deseando estar con él. Es lo único que le hace feliz ahora, porque es cuando más echa de menos a mi padre. Mi madre se ha comido todo esto absolutamente sola y ahora se está dando cuenta de que mi padre no está ni va a estar nunca más”.

No haberse podido despedido de él, hace todavía el duelo más complicado y que le resulte casi inverosímil convencerse de que no está. “Se supone que lo lógico es que vayas al hospital, estés con él, hagas turnos, te vayas al tanatorio y estemos toda la familia junta y te abraces con tu madre. Lloras con ellos, pero cada uno estaba en su casa”, señala. Una vez que hoy se ha podido reencontrar con ella y su hermano, que recogió las cenizas en el tanatorio a los pocos días de fallecer su padre, esperan poder hacer un funeral en verano “porque mi padre era superconocido y muy querido”.

El día de su partida Rocío lo recordó con una emotiva carta dirigida a él en su cuenta personal de Facebook, rememorando anécdotas juntos, lo feliz que le hacía su nieto Mauro y advirtiéndole de lo mucho que lo iban a echar de menos.

La suya es la más dura de la historia de los cuatro reencuentros que contamos. Este domingo también han vuelto a abrazarse por fin recién llegado de Madrid Alejandro Melero y su familia tras más de cinco meses, mientras este lunes lo harán Vanesa y Carlos, una pareja que lleva desde marzo sin verse y a la que el confinamiento pilló a cada uno en una punta del país; él en Oviedo y ella en Jerez sometiéndose a un tratamiento de quimioterapia. El también jerezano Rafa Gómez, hijo y hermano de sanitarios, también relata la cuenta atrás de su regreso a Jerez en estos días tras pasar el confinamiento en Valladolid, donde trabaja como periodista. 

Alejandro Melero (Viaja desde Madrid): “Me fui triste de Jerez el día de Reyes y con idea de bajar al poco tiempo”

Alejandro Melero es jerezano, tiene 27 años y desde agosto vive en Madrid, donde realiza funciones de marketing y prensa digital en una empresa. Él, su novia y otro amigo de Jerez que reside en Madrid tenían previsto llegar este domingo a su tierra tras conducir de madrugada. La última vez que estuvo en casa fue la mañana del día de Reyes, de la que tampoco guarda un buen recuerdo. “Me dieron los regalos temprano, a mí solo, sin familia ni nada, a las ocho de la mañana porque tenía que coger un tren a las diez para venirme a Madrid. Estaba triste; fueron unos Reyes rarísimos, y me fui con la idea de bajar en poco tiempo”. Al final ese poco tiempo se ha convertido en más de cinco meses. Prácticamente medio año sin verlos. Nunca hasta ahora habían estado tanto tiempo seguido sin reunirse.

“Me ha pillado todo: la Semana Santa, la Feria, el cumpleaños de mi padre... Tenía las vacaciones ya para venir y aquí tengo el regalo de mi padre, que ya quiero dárselo en persona”. Lo ha pasado mal, pero, tal y como narra, especialmente fue complicado el Martes Santo, no porque no hubiera salida procesional de su hermandad, la de Los Judíos, sino por no vivirlo con la familia y seguir el ritual de todos los años.  Lo mejor de este confinamiento ha sido el tiempo que ha tenido para organizar su nueva casa y hasta “adoptar un perrito” tras mudarse sólo días antes con su novia, reconoce, divertido.

Eso sí, tiene “un poco de psicosis” por el paso de Madrid a la llamada nueva normalidad. “Creo que aquí todavía es pronto porque no ha habido fase 3”. Él podría haber tenido opciones de bajar a Jerez antes acogiéndose a la reunificación familiar, porque no está empadronado en la capital, pero “por responsabilidad” después de que “lo cerraran todo” decidió quedarse en casa y no moverse de Madrid. Este domingo por fin ha podido darle el regalo a su padre. 

 

Rafa Gómez (Viaja desde Valladolid): “Mi padre es médico en ambulancia y le ha pillado la crisis antes de jubilarse”

La última vez que Rafa Gómez, periodista jerezano de 29 años del Grupo Mediaset, estuvo con la familia en casa fue una semana antes a la declaración del estado de alarma. Viajó desde Valladolid para ir a una fiesta en una bodega del centro. “Fue la última fiesta a la que he ido este año, con unas 70 personas. Vine expresamente a Jerez para eso  y me fui a Valladolid el domingo”. Allí trabaja para la Delegación de Castilla y León de Telecinco. Normalmente no transcurren más de tres semanas o “como máximo un mes” para que visite a sus padres en Jerez y aproveche para “recargar pilas y estar con mi familia”.

Debido al confinamiento, este reencuentro no podrá producirse hasta el primer fin de semana de julio, cuando comienza su mes de vacaciones. Tras más de tres meses, no ve la hora de pisar tierras jerezanas porque admite que ha vivido con preocupación especialmente la situación de su padre, a quien la crisis del Covid-19 le ha pillado justo antes de la jubilación. “Es personal de riesgo, tiene 64 años, y ejerce de médico en la DCCU de Jerez. Él se encargaba de ver a los pacientes que llaman en un primer momento y el riesgo de que se contagiara era grande. He estado preocupado”, admite.

 Finalmente, su progenitor disfrutará de esta nueva etapa desde esta semana. Y es que Rafa sabe de primera mano todo lo que han pasado estos profesionales en esta crisis y no sólo por informar cada día debido a su profesión, sino porque toda su familia más directa son sanitarios. Lo es su hermana, de 27 años, que trabaja como enfermera en el Hospital de Jerez, y su madre, también enfermera, pero ya jubilada. Lo peor del confinamiento ha sido no poder verles y el mal tiempo. “Ir a Jerez también es un incentivo por el sol por ver la playa y el mes de abril en Valladolid ha sido el más lluvioso de la historia”, reconoce

Carlos Sánchez (Viaja desde Oviedo): “Mi novia ha pasado la recta final de la quimio y de la radio sin mí por culpa del virus”

La crisis sanitaria que ha provocado la pandemia del coronavirus ha reorganizado nuestras vidas de un día para otro, evidenciando más que nunca que los planes de futuro son, sólo eso, intenciones, y que la vida de golpe y porrazo puede echarlos por tierra sin entender de sentimientos ni de enfermedades. Desgraciadamente, de todo esto saben bien Carlos Sánchez (Oviedo) y Vanesa Montero, (Jerez), una pareja a la que el estado de alarma les pilló separados a casi 900 kilómetros de distancia. Hacía una semana que se habían despedido en Jerez y, tal y como venía ocurriendo desde hacía algunos meses, el plan era que Carlos volviera a bajar a los quince días para estar con ella en la recta final del tratamiento de quimioterapia al que se sometía.

La última vez que se vieron fue el 10 de marzo. La fábrica para la que trabajaba este ingeniero cerraba el día 30 de marzo, por lo que su idea era venirse a Jerez a principios de abril y acompañar a su chica en los últimos días de quimioterapia y en la radioterapia. No pudo ser. Nos confinaron y por mucho que se asesoró no encontró salvoconducto que le permitiera bajar para estar con Vanesa.

“Al no estar casados, ni ser pareja de hecho, no tenía manera de atestiguar que era mi novia, ni siquiera por el tema de su enfermedad”, explica. Tras descartar esta vía, lo intentó por la laboral a partir de varias entrevistas de trabajo por la zona que deberían haber justificado su desplazamiento, pero ni la Guardia Civil ni en la Delegación del Gobierno del Principado de Asturias le daban garantías ni le proporcionaban un justificante para el desplazamiento.

“No quería depender de la objetividad de un Guardia Civil, ya no tanto por la multa, sino porque me parase en Mérida, por ejemplo, y me hicieran dar la vuelta”. Tras llamar más de 20 veces, consiguió un email específico para temas de Covid y movilidad. Nunca le contestaron. “Supongo que estarían saturados de historias”, señala, sabiendo que ya lo peor ha pasado.

“Lo más duro ha sido estar lejos de mi pareja, porque mi novia se ha pasado la recta final de la quimio y de la radioterapia sin mí. Tampoco he llevado bien estar confinado solo”. señala. Ahora sólo quiere abrazarla cuanto antes, pero sin ningún temor. "Me hice una PCR en Oviedo el pasado jueves y desde entonces me he confinado en casa, porque lo primero que voy a hacer es darle un abrazo, y quiero dárselo con tranquilidad”, señala. En su caso, este abrazo se producirá este lunes, más de tres meses después de la última vez, y con muchas ganas de comerse el mundo. 

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