Enrique Rodríguez, linotipista de aquellos periódicos artesanales de cajas y linotipias, de plomo y tinta, me habló de él y me pidió que si le podía hacer una entrevista. Era el año 1977 y uno apenas si llevaba cinco años en esto de juntar letras. Quedamos a la mañana siguiente, sobre las 11, en La Vega. Allí se presentó el jiennense Enrique con Manuel. Perfectamente vestido el cantaor. Nos sentamos, pidió un vaso de leche “porque es lo que yo tomo, no bebo ni fumo” y nos pusimos a hablar de lo divino y de lo humano. “No sé leer ni escribir, porque el cantaor si sabe leer o escribir pierde la pronunciación”, fue una de las frases lapidarias que me dijo. Frase que posteriormente ha vuelto a repetir en cada entrevista o en cada reportaje videográfico que le han realizado. Vivía por aquel entonces aún Fernando Terremoto padre y sentenció que “no hay nadie más que Terremoto, Chocolate y yo, el resto no sabe cantar”. En posteriores entrevistas, ya con Fernando cantando en las alturas. incluía también a Francisca, como él llamaba a La Paquera.
Por aquel entonces las entrevistas a los cantaores no se prodigaban y se era muy políticamente correcto a la hora de escribir y hablar, por lo que las declaraciones de Agujetas, que había llegado desde Madrid, levantaron no poca polvareda. Enrique lo conocía de un tabanco de la calle Sol, donde paraba Manuel, pero sin beber nada. Solo leche, repetía una y otra vez. Entonces, hace 37 años, no sabía la edad que tenía porque “mi padre no me inscribió nunca en el registro. Yo no tengo papeles” y ni siquiera dónde había nacido “algunos me dicen que en Jerez y otros que en Rota, pero yo no soy de ningún lado y soy de todos”. Se ha recorrido medio mundo, solo le falta llegar a Australia, y lo ha hecho con esa presencia de un hombre que no se ajusta a los parámetros del mundo actual, de un hombre que parece haber nacido cien años más tarde pero que es el heredero de los ecos de la antiquísima escuela jerezana, la del señor Manuel Molina, y la que siguieron El Marrurro, Mojama, Tío José de Paula y la que tuvo su máximo esplendor en Manuel Torre.
En ese mismo año 1977 obtuvo el premio Nacional de Cante de la Cátedra de Flamencología y alternaba sus actuaciones entre España y América, especialmente en Nueva York y Méjico. Manuel de los Santos heredó de su padre, Agujetas Viejo, nacido en la calle Nueva pero muriendo en Rota, el apodo y la tradición cantaora, emparejada al oficio de fragüero que abandonó para dedicarse al cante, pero siendo ya mayor de 30 años. Y lo hizo arrastrado por un afán de ser gente como ha indicado.
En 1987, tras superar una grave enfermedad, se le tributó un homenaje en Jerez, organizado por Manuel Ríos Ruiz. Agujetas apareció en la película ‘Flamenco’ de Carlos Saura. Esta aparición supuso uno de sus momentos más intensos, co n un martinete en el que mostraba su cante ancestral, su rostro marcado por los años. A raíz de esta fecha, las grabaciones se suceden con asiduidad: Agujetas en París (1996), Agujeta en la soleá (1998)..., donde defiende el cante antiguo y la memoria oral.
Y ahora, después de diez años, este hombre que parece haber nacido cien años antes y que vive en el campo junto a su esposa Kanako regresa a un Jerez que le espera con ansiedad. En esos discos, Agujetas defiende el cante antiguo y la memoria oral. Lo mismo que defenderá, a carta cabal, en su presencia en el Teatro Villamarta el próximo día 8 de octubre, donde “haré todas las clases de cante. Seguiriyas, soleá, fandangos, alegrías, romeras, martinetes. No está mal, ¿no? Y varias cosas que llegue a la gente”. Cantará en solitario durante una hora y , por espacio de media hora cada uno, lo harán tanto su hijo Antonio como la bailaora Kanako, su mujer, que dejó su vida placentera en Japón hace ya muchos años para unirse al baile y a él. Diez años sin Agujetas en Jerez porque “no he venido antes aquí porque no hay pasta y yo vivo de las teleras. Si no tengo teleras no canto. Esa es la verdad”. Agujetas, un mito viviente.