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'True detective', o la irritante deriva de su franquicia

'Noche polar' es una decepción total, en especial desde el plano argumental, convertido en excusa para su trasfondo reivindicativo

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Si Noche polar se hubiese estrenado sin la marca de True detective sería una serie más; en todo caso, con un atractivo alimentado por la presencia de Jodie Foster. Pero el hecho de que se presente bajo tan excitante etiqueta, no solo ha acrecentado las expectativas en torno a la cuarta entrega de la franquicia liderada por Nic Pizzolatto -aquí relegado ya definitivamente a las labores de productor ejecutivo-, sino que la decepción puede equipararse al notable interés generado por su estreno.

Partimos, eso es cierto, del hecho de que ni la segunda ni la tercera entrega estuvieron a la altura de la producción original, pero en ellas había un compromiso formal y narrativo que aspiraba a distinguirse de cualquier policíaco al uso. En Noche polar ese compromiso se desvanece desde el momento en que el argumento, el escenario, los personajes, terminan convertidos en mera excusa para el mensaje reivindicativo -completamente legítimo- al que aspira la entrega escrita y dirigida por la mexicana Issa López, cuyo noble empeño termina traicionado por un guion tan absurdo como irritante.

Hablaba antes del compromiso formal que servía de inspiración al primer True Detective. Uno de sus principales elementos era el de la originalidad, convertida en todo un atractivo de cara al espectador. Eso ha desaparecido en esta cuarta entrega, que desde el primer capítulo remite en diferentes ocasiones a películas como La cosa, 30 días de oscuridad e incluso una serie más oscura y perversa que ésta, Fortitude, desarrollada igualmente entre inhóspitos parajes árticos. En este sentido, lo que era originalidad y novedad en el True Detective que tanto añoramos, se torna aquí en reiteración y cansancio, en un “esto ya lo he visto antes”.

Por eso insisto asimismo en el concepto de decepción, porque la serie tiene un escenario estupendo -una pequeña población de Alaska-, un reparto sensacional -además de Foster, Fiona Shaw, John Hawkes, Christopher Ecclestone y la recién descubierta Kali Reiss-, un diseño de producción fascinante -ojo a las cuevas de hielo-, pero, al mismo tiempo, un guion pésimo que hace que todo se vuelva cansino, aburrido, agotador, desconcertante y desesperante. Al menos son solo seis capítulos. A partir de ahí, la pelea entre seguidores y detractores de la serie, fundamentada en conjeturas moralizantes, me importa un pimiento. Lo importante es que la serie traiciona al estilo y a la marca. 

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