Quien esto firma, entró a ver esta última propuesta almodovariana con la mejor disposición de ánimo. Con una actitud receptiva y abierta, cuando no directamente deseosa de ir a la contra de las críticas negativas que la precedían, y a favor de las positivas. Porque es, además, una de las elegidas para debatir en nuestra próxima tertulia del miércoles, 4 de mayo.
Vigésima película en la filmografía de su realizador, estrenada tres años después del desastre de ‘Los amantes pasajeros’ y basada en otros tantos relatos de Alice Munro, ‘Destino’, ‘Pronto’ y ‘Silencio’, título que originalmente se pensó en darle. 96 minutos de metraje. El guión es del propio director. La excelente fotografía, de Jean Claude Larrieu y la banda sonora confirma, una vez más , el talento de Alberto Iglesias. Como es marca de la casa, tiene un reparto atractivo, entre clásico e innovador, en el que nos detendremos luego.
A estas alturas, ya saben que la historia se centra en un drama familiar entre una madre y una hija, separadas por un oscuro hecho del pasado. Ello da lugar a una revisitación de este, por parte de la primera, que analiza los acontecimientos que han conducido a dicha situación.
Quien esto firma, lamenta profundamente dejar constancia de que le pareció mal escrita, mal filmada y mal contada. Que la dejó fría en el terreno emocional. Que le resultó totalmente insatisfactoria, en general, y especialmente en una puesta en escena, de quiero y no puedo. Ni desmelenada, ni contenida. Ni excesiva, ni rigurosa. Que la encontró tan tramposa y ambivalente, como es habitual, con respecto a su visión de las mujeres. Porque ellas, también y otra vez aquí, son responsables de su propias desdichas…
La presunta austeridad ‘deconstructora del melodrama’, que personas valiosas de la crítica le han atribuido, no es tal para quien esto firma. Sino todo lo contrario. Un signo inequívoco de oquedades de guión, de ritmo y de dispersión del relato fílmico. Un relato que carece de las unidad y coherencia dramáticas pertinentes. Y que está lastrado por los tics autorales-estéticos del realizador, que le perjudican aún más si cabe. Porque no le suman, le restan. Porque no lo hacen sugerente, sino que lo falsean. Porque lo empobrecen, en lugar de enriquecerlo.
Poco más que decir… Ya se ha escrito sobre su factura impecable, al servicio de una planificación radicalmente errónea. Destacar el trabajo de Emma Suárez, algunos momentos de Adriana Ugarte y el final. Lamentar lo esquemático e insuficiente del tratamiento de personajes como los de Rossy de Palma, Michelle Jenner o la propia Inma Cuesta. Los masculinos, a la postre, son los ‘buenos’ de la función, pero también carecen de consistencia y de alma. Como el propio filme.
Pues eso. La pelota, en sus tejados, pero, en cualquier caso, debe verse. Y el miércoles, 4 de mayo, vamos -en las coincidencias y en las discrepancias- a tener un buen debate sobre ella en La Palabra y la Imagen. Yo que ustedes, no me lo perdería.