Es famoso el Carnaval de Cádiz por no dejar títere sin cabeza. Es más, son sus tripas, porque nace para eso, para desafiar al poder al que nadie se atreve a decirle en su cara las cuatro verdades del barquero. En Roma lo tenían muy asumido en los tuétanos de los huesos, eso de “por mucho que subas siempre puedes bajar”. Pero ahora, en épocas de instagramers, de tentadores y famosetes, las burlas son payasadas y el género de Jardiel Poncela se ha devaluado mucho. No son las coplas, ni los cuplés carnavalicios más que humor embotellado, del fino o no, con sátira que no a todo el mundo gusta, o mejor dicho, sí, a todo el mundo gusta, siempre y cuando no vaya con personalización en forma de alusión y rima. Es como lo de María de
la Isla de las Tentaciones que le ralla que su madre vea a David tonteando con otra chica en esta edición, pero no que su madre la viera a ella con el mismo David- en la edición anterior- dándose gozo y cama, delante de todas las cámaras cuando éste era novio de otra. La realidad no es bifásica, sino muy básica como algunos cerebros. Supongo que por eso hay quien se molesta que le dediquen unas rimas, convirtiéndose en lo que en Cádiz llamamos un sieso. Que los entiendo, porque lo he vivido en casa de mis suegros donde el patriarca decía que a todos les gustaban las bromas, pero si las gastaban ellos. Es muy difícil ser Kiko Rivera que sale a parodiarse a sí mismo, pero el niño tiene bemoles para liarse con la vida , ponerle los cuernos y luego disculparse sin perder la sonrisa y de paso hacer caja.
Es un superviviente nato y no ha olvidado que vive del público y mama de los “me gusta”. Les ha pasado a muchos- algunos políticos, otros artistas- que se les sube la toga a la cabeza, porque no tienen un esclavo que les azote en público diciéndoles “eres mortal”, que en latín suena mucho mejor, pero perdónenme porque las declinaciones las tengo olvidadas como la talla 42 y la hormonación natural. Podríamos decir que las fiestas son así. No querrías irte a las Fallas y verte en la cara deformada de un ninot o quemarte los oídos por la petardada, pero es lo que hay. A mí nunca me han gustado los olores rancios a meadas y otros manjares subliminales que quedaban en la Plaza de España tras el fin de semana apoteósico de los Carnavales, ni el ruido humano teniéndote que hacer que climatizases los cristales de los balcones y aun así seguían rugiendo más borrachos que las orgías griegas, sedientas de sangre y flujos seminales.
Son los barbaros que no entienden nuestra esencia patria, nuestro Cádiz bonito, nuestras letras, incluso nuestras pobres –en mi caso- parrafadas. Me ofrecieron una vez que hiciera las letras de una comparsa infantil, pero como en política decliné amablemente con el vocativo y el subjuntivo del verbo
no me interesa, eso sí con menos gracias que una lacia, pero con más prisa que un tieso por irse sin pagar la cuenta. El Carnaval donde mejor se escuchaba era por las noches cuando la radio lo desgranaba como a una fruta prohibida, los mejores comentaristas no eran sino los compañeros de San Felipe Neri que no derrapaban por los exámenes, a pesar de quedarse con la oreja pegada hasta las tantas de la madrugada. Entonces nos disfrazábamos todos en pandilla de más de treinta sin que el alcohol nos perturbase lo más mínimo, ni las evacuaciones fueran en cualquier puerta ajena o esquina impía, porque siempre había un cuarto de baño por el camino que poder asistirte. La vida ha cambiado no para muchas amabilidades, ni sutilezas, pero sí que hemos recorrido camino y nos han vapuleado, así que por una coplita tampoco vamos a enraizarnos, o bien miraremos a otra parte o , como el Rivera , bailaremos al son que nos toquen que para eso tenemos los espolones calcáneos bien afilados.