Lo dice el Cholo Simeone: “Hay que ir partido a partido”, y ése
parece ser el lema que se han impuesto esta campaña los líderes políticos que aspiran a llegar el 23 de julio a la presidencia del Gobierno. Hasta pueden consultar a diario cómo va la clasificación a partir del
tracking que están publicando diferentes medios de comunicación en los que se refleja la evolución de sus respectivos sondeos cada 24 horas; y ya sabemos, porque lo aprendimos, grabado a fuego, en las pasadas municipales, que
de cara a unos comicios no vale con fiarse de tu intuición, de lo que percibes en la calle, sino de lo que dicen los números.
Según el medio y la empresa demoscópica, los números dicen que
Pedro Sánchez está remontando y que incluso el bloque de la izquierda sumaría más que el de la derecha, o que el
PP sigue cómodamente en cabeza y que necesitaría el apoyo de
Vox para formar gobierno, aunque son más los resultados que se decantan por esta última opción, y no porque haya mayoría de medios conservadores, sino porque entre los que apuntan en esa dirección se encuentran los del “gurú”
Michavila, experto en diagnosticar cómo respiramos los españoles, a diferencia del
CIS de Tezanos que, como apunta
Rubén Amón, es el único sondeo que no dibuja el escenario probable, sino el que tendría que salir.
La expectación electoral se está midiendo por horas, como si lo que hubiera en juego fuese una cuenta atrás para impedir que un meteorito se estrellase contra la Tierra. Pero no va de eso. Va del poder, de ostentar el poder, y también de dos formas diferentes de entender el país y cómo gestionarlo, tanto en lo económico como en lo emocional, después de tantas sacudidas en ambos sentidos durante los últimos cuatro años.
Y dentro de ese compendio, la figura de un superviviente que ha decidido echarse el equipo a la espalda para ir al ataque y creer en la remontada, día a día, partido a partido, y convencido de que todo se puede decidir en el “clásico” del cara a cara, como aquella vez que descolocó a Rajoy. Pedro Sánchez, que ha cambiado los mítines en pleno julio por el aire acondicionado de los platós y los hogares, está convencido de la capacidad catalizadora de su personaje, como si el mero hecho de seguir su evolución diaria a través de una pantalla formase parte de una nueva ficción capaz de acaparar tanto interés como las series a las que nos hemos hecho adictos desde que la pandemia nos encerró en casa sin nada mejor que hacer.
Pero esa ficción, inspirada y sustentada en la nueva realidad económica y sociolaboral del país, y que se presupone amenazada por el blanco y negro del NODO, presenta numerosas grietas argumentales cuando se trata de abordar al personaje y todo eso que hemos dado en llamar “sanchismo” -
Cayetana Álvarez de Toledo se los resume en un minuto en un vídeo que circula por redes-, y que tanto tuvieron presente los electores el pasado 28 de mayo, hasta el punto de ignorar algo tan esencial en unas municipales como la foto de tu vecino o tu vecina en el cartel de las farolas.
Dice
José María García que una de las personas que más sabe de ciclismo de España es
Mariano Rajoy. Tal vez por eso, el PP afronta el desarrollo de la campaña más desde la emoción de una etapa de alta montaña que desde la necesitada filosofía del “partido a partido” que está practicando el PSOE. Feijóo supo ver el momento de la escapada y ha sacado ventaja suficiente para ganar la etapa, pero no sabe aún si con tiempo suficiente para arrebatarle el maillot a Sánchez, y si necesitado de los gregarios de Abascal para ayudarle en la subida.
El PP anda ahí, inmerso en las míticas 21 curvas que preceden a la meta en Alpe D’huez, y ha empezado a dar muestras de debilidad en las piernas a la hora de abordar su política de pactos o citando como prioridad destituir a Tezanos al frente del CIS -¿de verdad ésa es la gran prioridad de los españoles?-. Se sabe ganador, pero en la soledad del ascenso hay que saber gestionar los silencios, los esfuerzos y los sacrificios. Y ahí persisten las dudas. No solo las suyas.