El tiempo en: Ronda
Publicidad Ai
Publicidad Ai

Torremolinos

Comunicación abierta en Torremolinos

Torremolinos, como andaluz, es comunicación viva. Como mosaico de culturas también, porque el sol nos vuelve de la misma masa.

Publicidad Ai
Publicidad AiPublicidad AiPublicidad AiPublicidad Ai
Publicidad AiPublicidad Ai
Publicidad Ai
  • Playa Torremolinos -
La comunicación es el gran problema. Es una necesidad básica, todos estamos inclinados a establecer puentes con los inmediatos. Y si no lo conseguimos, se frustra nuestra tendencia que es básica, ya digo. En su Teoría de la Comunicación Humana, Watzlawich, que ya es un clásico que yo cito mucho, explica cómo los hombres, cuando hablamos, pretendemos en un fondo más profundo que el lenguaje trasmitir nuestra esencia. Algo así como "Así soy" que decimos al interlocutor con nuestras formas y los contenidos de la locución. Buscamos que se nos diga en la misma medida "Sí, así te veo" y quedamos confirmados, término que maneja este autor con este sentido.

Yo tengo unas ganas locas de comunicar, todos tenemos. Y sobre todo si vivimos bajo tantas horas de luz como aquí sucede. El pueblo andaluz como del sur es comunicativo, necesita exteriorizar sus vivencias en el modo que tenemos dicho. Y quedar confirmado. Choca mucho a cualquier pueblo del norte esta abundancia de expresión nuestra, que al uso del lenguaje le damos un contenido más de sensibilidad que de racionalidad; se puede afirmar que sentimos en un porcentaje alto mientras hablamos. Mi amigo, que viene de Berlín, no puede entender, y en cierto modo se irrita, que lo interrumpamos tantas veces cuando se expresa. Aquí, amigo mío, no nos paramos a escuchar demasiado porque la luz nos hace intuir y saltar sobre las palabras en un ritmo loco con aparente destrucción del orden lógico. Y tú con el tiempo harás lo mismo, por poco interés que pongas, si quieres tener un sitio en la conversación a la que asistes.

Torremolinos, como andaluz, es comunicación viva. Como mosaico de culturas también, porque el sol nos vuelve de la misma masa. Vivimos en una tensión exagerada, pero normales, atentos a los demás siempre. Y no aguantamos a esos cansinos con el lenguaje que hacen párrafos inflexibles y, sobre todo, reexplican las cosas dando mil detalles que sobran en un cincuenta por ciento por lo menos. No hay cosa más ridícula que un andaluz que ha cogido un lenguaje de abrevio inteligente, pero por no tener nivel en la escritura, hace una narración prolija y torpe que no le pega. Se parecen, pero al revés, a un actor madrileño imitando en las tablas a un actor de nuestra tierra. Es el andaluz de escenario puesto en juego por una lengua castellana. ¡Horror!

A cada cual lo suyo. De todas formas a mi juicio el andaluz tiene una expresión de idioma evolucionado que no admite marcha atrás; es útil y gracioso. Pero escribir en ese tono, ya digo, es propio de Antonio Gala y pocos más afortunados. Hoy he escrito yo un artículo para el periódico en que hablo de que algunos escriben de Torremolinos con estilo de certificado oficial que da grima, y a eso me refería. A mí me encanta hablar describiendo a este pueblo, sus momentos distintos del día y de estación, sobre todo al lado del mar en el promontorio, desde donde se contempla un horizonte cercano pero perdido como suele ser aquí en el de Alborán por las distancias que tienden a familiares. En ningún lado ocurre que haya una distancia marina tan estrecha entre continentes como en el Estrecho, que por algo se dice. Eso me hace coger el teclado y me inclina a buscar las derivaciones que son infinitas.

Muero por gritar a los europeos que bajen, que se dejaron aquí regadas muchas cosas con los antepasados. Que el sol nace aquí y nos atrae aunque no queramos, porque se echa de menos en las tierras altas allende los Pirineos donde se acaba la luz y comienzan los dominios de las nieblas. Y esto ataca a las almas en cualquier momento. Somos así de africanos.

Algunos cuentan soserías de cómo ven a los turistas que han bajado hasta nuestras costas. No necesitan preguntarnos, sólo observan nuestra pose, nuestro deje, la forma de reír, y sobre todo de cantar, que se mueven los músculos en unas poses que les alucina. Nos observan y se miran serios un poco después como si fueran aún de los arborícolas, porque, aunque parece mentira, hasta la sonrisa se les ha ido descolgando como puerta antigua. No aguanto esas crónicas porque mienten sin querer y distorsionan la realidad hasta el esperpento.

El europeo tiene un espectáculo con los colores a la luz, el blanco de la sal contra el azul del agua, que viene hasta el "rebalaje" juguetona como un niño. Y sobre todo por el sol que lo preside todo como padre de familia amable y comprensivo y corrige de continuo colores y posturas. Torremolinos no lo enseñéis nunca nublado porque es otro. Y los torrimolineros también. Sólo se salva la montaña que entonces cobra protagonismo y deja rodar ladera abajo nubes cargadas de oscuridad. Antes debía ser hermoso el espectáculo de lluvia arrastrando en torrenteras las tierras de la cumbre. Ya hace tiempo que las encauzaron y las condujeron entubadas hasta el agua de sal que las espera para hacer la mezcla. Yo pongo en boca de un marengo anciano en un escrito antiguo que el alma de las dos aguas no se junta, sólo las gotas.

Pero nadie ha cantado de esta forma a Torremolinos, todos los que escriben de él han contado historias de personajes o de hechos que no descienden a su vida natural, tan variada y tan distinta en cualquier rincón donde este pueblo asoma su enagua entre el cemento. Echo de menos cuentos, sabor, situaciones líricas, aspectos que se encuentran en las obras de los pintores pero no en la literatura. Ya se sabe que narrar es antes y los sentimientos son lo último que aflora en una historia literaria. Y es que cada día amanece distinto y cada hora en cada día luce vestido distinto, pero hay que saber verlo. Y que saber contarlo.

Así que ya que no puedo comunicar con los que han precedido, procuro hacer algún pinito de momentos especiales, en que la naturaleza se engalana o se enfada, que cuente a los que vendrán después y les descubra cómo lamía la espuma la arena en esa primavera y cómo lucieron los tallos nuevos en este invierno ya bien entrado con las primeras lluvias. Que esa es la historia que refleja en realidad la vida y esa es la que con calor acogen los hombres de las páginas que amarillean de pasadas.

Si alguna vez el hombre del futuro se encontrara mi humilde trabajo y vea cómo emocionaba mi voz el retoque en tal plaza o el modelado en cierta esquina en que se ha levantado una estatua o se ha elevado un monumento, me doy por satisfecho. Porque tengo, ya digo, enormes deseos de comunicar mis vivencias y de establecer un puente de años con el hombre que me lea y vibre como yo de lo que contemplo y siento. Es una cadena que une a la especie. Y es un placer degustar ese entendimiento. Eso es precisamente la comunicación.

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN