Bosco y Pelayo se conocen desde pequeños, desde que sus nannies los paseaban por el parque. Crecieron entre forfaits, fiestas de puesta de largo y navidades ayudando a la yaya a organizar su mercadillo benéfico para los pobres.
Ambos andan entre iracundos y descontentos. No entienden que hayan ido a Ferraz, a putodefender España y la policía los haya recibido con gases lacrimógenos. Ellos, que se han perdido una fiesta con Caye y sus amigas de la Juancar, que venían con su bandera amarrada al cuello, como súper héroes de Serrano, esperaban que las fuerzas del orden les abrieran una entrada en las vallas y les permitieran decirle a la cara a los socialistas lo terrible de su acción.
Bosco y Pelayo no entienden que la gente se enfade porque algunos llevan una bandera con un águila, cuando todos sabemos que en esos tiempos eran los buenos tiempos, los días en los que papá hacia grandes negocios sin que Hacienda le atosigara. Tampoco comprenden que se abuchee a los que levantan el brazo para llamar a un taxi. Aunque, con la calle cortada no van a poder pillar ninguno. Cuando se cruzan con algún periodista, los abuchean, a no ser que no sean de la COPE o de 13Tv, que son los únicos que cuentan la verdad de lo que está pasando. Pelayo se ha pasado toda la mañana buscando un lema original para su pancarta, y encontró uno que decía que prefiere morir de pie que vivir de rodillas. Pelayo no quiere morir, pero tampoco arrodillarse, que eso es cosa de asistentas a la hora de la limpieza.
Bosco y Pelayo no están contentos con la Corona, y los mandan a los tiburones. Porque no les entra en la cabeza que Felipe no atienda las peticiones de la gente de su clase, y le dé la oportunidad de formar gobierno a ese felón, sea eso lo que sea.
Ya son las nueve y empieza a hacer frío. Bosco y Pelayo se van para casa, porqueva a empezar El Hormiguero y no es cosa de llegar con la cena fría. Además, está empezando a llover, y España será muy importante, pero no tanto como para estropear unos luisvis.
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